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8 de octubre de 2008
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La fábula del remache

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, octubre- (www.cubanet.org) -No estoy seguro de que el culto –desmedido e injustificado para la mayoría de los cubanos de a  pie-, que hoy se rinde aquí a Fidel Castro, responda únicamente a un homenaje oficial de despedida. Ojalá no fuera más que eso.

Resulta fácil observar que este asunto de la vuelta a la retrogradación fidelista tiene lugar después de una primera etapa en que, enfermo el tirano y expuesta a la luz pública, mediante asambleas populares, muchas de las barbaridades cometidas durante su dominio en más de cuarenta años de absolutismo y caprichosos desmanes, se intentó hacer borrón y cuenta nueva poniendo a la sombra hasta su propio nombre, aunque no fuese más que el tiempo necesario para que los herederos del trono comprendieran en la práctica que no hay vías para la vuelta atrás. Porque Fidel dinamitó los puentes.

Apenas la realidad del día a día descubrió su rostro sin maquillaje ni careta ante los presuntos perfeccionadores del socialismo, todos sus cacareados proyectos de cambio terminaron quedando en el amago. Y así Fidel había ganado como ganó siempre: porque los demás pierden, antes aun de presentar batalla.

Ese repentino timonazo de los “reformadores” para regresar a lo más rancio del discurso y del inmovilismo fidelistas, tal vez no responda entonces –como piensan algunos observadores- al sincero deseo de hacerle justicia al postulado de su jefe histórico. Mucho menos debe responder al hecho, incontrastable, de que éste se recupera físicamente y ha ordenado el repliegue.

Si de Fidel dependiera, jamás se hubiese mencionado en Cuba la necesidad de emprender cambios. No hubiesen convocado a la gente para que emitiera sus quejas y pareceres, aun cuando esta convocatoria no pasara de ser parte de una estrategia manipuladora. Con todo, era un juego peligroso, la clásica caja de Pandora, donde no metería sus manos un tirano con tantas horas de vuelo.

Más creíble parece ser que a los “reformadores” les ha ocurrido algo similar a lo de aquel que se puso a ensanchar el sombrero y luego le faltaba cabeza. 

En La fábula sobre el rey Murdas, el célebre Stanislaw Lem cuenta que este monarca, obsesionado con el poder y nervioso ante la perspectiva de perderlo, hizo que fijaran para siempre su cuerpo sobre el trono, remachándolo, fundiéndolo con soldaduras a la estructura del exclusivo solio, para que no hubiese fuerza de Dios ni de los hombres capaz de separarlos. Sucedió entonces que una buena noche se produjo un incendio en palacio y lo arrasó todo, incluido el rey Murdas, quien no pudo correr por razones obvias.

En esta fábula quizás podrían hallar los analistas las verdaderas causas de nuestro retorno de hoy al fidelismo de tranca y barranca. Comprobado ya que no conseguirán resarcir la catástrofe ocasionada por el rey, pero a la vez dispuestos a no perder el reino que les lega, los herederos pueden haber decidido remacharse al trono para echar el resto. Si es así, y todo parece indicarlo, no queda sino esperar que tarde o temprano haya fuego en palacio.

 

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Litografía. Quitrín, La Habana, Cuba, 1850
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