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6 de octubre de 2008
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Música para sordos 

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press 

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Las desgracias tienen remedio. Lo demuestran las imágenes de varios grupos de “doctores” enfrascados en cumplir su tarea a cabalidad. Ellos se encargan de aliviar los dolores del alma. Son especialistas en vendajes psicológicos y suturas que no logran- a pesar del empeño y el hilo fabricado en los mejores talleres publicitarios-un cierre duradero. Se abren fácilmente tan pronto acaba la función.

Los “médicos” que ahora hacen periplos por caseríos y aldeas sacudidas por la catástrofe, no llevan en sus botiquines pomos con solución antiséptica, aspirina, jarabes para el catarro y medicamentos para combatir los parásitos que viven en las aguas contaminadas. Llegan al lugar con guitarras, maracas, un acordeón y sus voces. Ese es todo el arsenal para calmar la ansiedad y refrescar el ánimo de los pobladores que sufrieron los embates de los recientes huracanes.

Les pidieron sumarse a la campaña terapéutica y desde entonces tratan de rebajar-con breves montajes humorísticos, guarachas, sones y por supuesto las recurrentes alusiones patrioteras- el dolor de las víctimas a merced de la intemperie, o el hecho de padecer hambre en sus diferentes gradaciones. Los espectadores responden  con una sonrisa, aplauden y siguen el patrón de una respuesta que se multiplica por la geografía de la hecatombe. Saben que ese arte viene contaminado con un terror que supera las líneas melódicas y todas las armonías. Ellos, los artistas, cumplen una orden de la alta jerarquía del partido comunista. Son piezas de un plan para reducir la densidad a la tragedia y poner sobre los tonos grises una pintura color rosa que atenúe el desconcierto y la irritación de los afectados por los fenómenos atmosféricos.

Las disonancias son indiscutibles. Un paquete de canciones con el estómago casi vacío o sin energía eléctrica, cuenta con amplias posibilidades de convertirse en una chispa para elevar el fuego de la ira, sobre todo después de las últimas notas.

En el transcurso de los programas artísticos puede ser que haya algún espacio para el embelesamiento y cierto acceso a la alegría. Serían parte de las clásicas trampas emocionales. No obstante el predominio de las adversidades, tanto por su dimensión como por la escasa probabilidad de soluciones a corto o mediano plazo, terminan imponiéndose. Al final el dolor es más intenso a partir de los contrastes entre un efímero beneficio espiritual frente al drama de la supervivencia en sus versiones más dramáticas.
La ideología continúa en el rol protagónico, ahora bajo el camuflaje de una fusión de la cultura con el amor al prójimo. En el sustrato de las intenciones se distinguen los propósitos políticos de una maniobra que busca sembrar la idea de una sólida cohesión social fuera de cualquier duda, y también subrayar un espíritu de preocupación del estado por los damnificados. Por otra parte, se brindan ejemplos en medio de guitarrazos, palmadas acompañantes, risas y entonaciones a coro de los estribillos, sobre la presunta aceptación popular de las políticas del gobierno. 
 
En definitiva, lo que queda fijo en el recuerdo de millares de televidentes son las imágenes, fundamentalmente las transmitidas por los canales de la televisión. Lo demás queda en el pantanoso terreno de la especulación.

Transmitirle un mensaje cultural a quienes han quedado en absoluto desamparo material sin que se vislumbre un mejoramiento en los próximos meses, es algo que linda en el insulto. Mucho más cuando se rechazan ayudas internacionales por motivos poco convincentes desde el punto de vista humanitario.

Música y humor son medicinas de pobres resultados. Su efectividad lleva signos de interrogación delante de los miles de afectados por los demoledores eventos meteorológicos.

Cuando se acaban las funciones, regresa la tristeza entre los recuerdos del bohío desecho por el viento y el mobiliario flotando sobre el agua. Entonces se experimenta la misma fatalidad de una congregación de sordos que acabaron de contemplar al grupo de músicos y actores en una mímica indescifrable. Al final ningún sonido de esperanza. Vacía, completamente vacía, la caja de los recuerdos agradables.

 

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Litografía. Quitrín, La Habana, Cuba, 1850
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