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5 de noviembre de 2008

 

OPINIÓN
 

De Macondo a La Habana

Adrián Leiva

MIAMI, Florida, (www.cubanet.org)  -La Isla de Cuba puede parecer a algunos otro Macondo, y justificadamente. Los hechos más increíbles e ilógicos constituyen la cotidiana realidad que viven casi todos los cubanos. 

Mabel es una mujer que luego de muchos esfuerzos realizó con éxitos sus estudios universitarios, graduándose hace varios años. Licenciada en matemática, las ofertas de trabajo eran muy reducidas, quedando para ella, casi como opción única, el ejercicio de la docencia.

Su vida laboral comenzó hace años en una de las universidades habaneras, con buen resultado en su labor como profesora. Los trabajos científicos, algunos de ellos publicados en revistas, a la búsqueda de una Maestría, demuestran el  constante esfuerzo de una mujer que en medio de las penurias económicas motivada por los bajos salarios, asume diariamente la atención de las tareas domésticas de su familia. 

La era de la computación ha renovado los conceptos prácticos de la vida moderna, y la enseñanza de esta asignatura en el sistema escolar es una impostergable necesidad. Mabel se convirtió en profesora de computación en la Universidad. 

Las semanas transcurrían normalmente en las clases de computación. Los conocimientos que adquirían sus alumnos servían también de motivación a Mabel.

Dentro del programa de clases estaba el uso de Internet. Y aquí es donde se complicó la situación. La clase de Internet era un simulacro teórico, porque en la Universidad está prohibido el acceso a la red.

Cuando Mabel y el resto de los profesores discutieron la situación en la cátedra correspondiente, alegando el ridículo que harían delante del alumnado al intentar dar esta clase, las autoridades superiores argumentaron las más bufas excusas a sabiendas que la naturaleza del hecho tenía otra razón.

Mabel lleva seis años impartiendo clases de computación en la misma Universidad y el acceso a Internet sigue siendo un sueño. 

Hace unas semanas Mabel pudo por primera vez en su vida conectarse a Internet a través de un amigo extranjero que la visitó. Le pagó una tarjeta magnética en divisa para que pudiera ver en la computadora de un hotel la página de Yahoo. Al fin la licenciada Mabel, a punto de obtener su Maestría, disfrutaba, aunque fuera por una hora, de Internet.

 

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