28 de mayo de 2008       VOLVER AL INICIO
 
 

Respondiendo por Obama


Armando Añel

El muerto vivo se pronunció una vez más. Él y su editor, o sólo su editor –ya se sabe que nunca se sabe en estos casos-, han vuelto a opinar sobre el proceso electoral norteamericano, particularmente sobre la candidatura de Barack Obama. No queda muy claro si en esta última “reflexión” Fidel Castro carga contra el senador demócrata o intenta seducirlo (la ultraizquierda mediática, enfrentada al reto de doblegar a la izquierda ultramediática, se arruga mediáticamente). Lo cierto es que desliza una serie de interrogantes que muy probablemente el representante por Illinois no tendrá tiempo de –o motivos, o incentivos, o paciencia para- contestar.

Las primeras tres preguntas que Castro dirige a Obama conforman un párrafo para párvulos: “¿Es correcto que el presidente de Estados Unidos ordene el asesinato de cualquier persona en el mundo, sea cual fuere el pretexto? ¿Es ético que el presidente de Estados Unidos ordene torturar a otros seres humanos? ¿Es el terrorismo de Estado un instrumento que debe utilizar un país tan poderoso como Estados Unidos para que exista la paz en el planeta?”.

Por supuesto, el presidente estadounidense no ha ordenado torturar a nadie (seguramente Castro da por descontado que él mismo puede ser considerado un presidente y que, como dicen que creen los ladrones, los presidentes de verdad son de su misma condición y actúan como meros capos mafiosos). El mayor de los hermanos probablemente se refiere a las torturas de Abu Ghraib, episodios aislados, o invertebrados, que no pueden ser atribuidos a una política de Estado –ni siquiera dirigida contra terroristas-, como sí ocurre en Cuba. De hecho, los implicados ya están en prisión, cumpliendo sentencias de hasta diez años de cárcel. Pregúntese, en cambio, cuántos torturadores de oficio cumplen condena en la Isla. Eso sin preguntar por los asesinos consuetudinarios, algunos de ellos altos dirigentes del Estado comunista.

A reglón seguido, Castro pregunta por qué en Estados Unidos existe una Ley de Ajuste para los cubanos y no para todos los latinoamericanos. Como si los demás países de América Latina hubieran sufrido, durante medio siglo, una dictadura totalitaria que impidiera a sus ciudadanos escoger qué periódicos leer o qué alimentos ingerir, o qué pueden decir y qué no, o qué tipo de educación reciben sus hijos. Un ejemplo de actualidad: la doctora Hilda Molina intenta desde hace más de diez años viajar a Argentina y el gobierno cubano se lo impide sistemáticamente. El único “crimen” cometido por Molina es haber renunciado, oficialmente, a la dirección de una institución oficial. ¿En qué otro lugar de Latinoamérica se sanciona u hostiga a quienes abandonan un cargo público, impidiéndoles abandonar el país o castigándolos por intentarlo?

Las preguntas cinco y seis de “La política cínica del imperio”, como se titula la “reflexión” de Castro, también pueden ser resumidas en una: ¿Puede Estados Unidos prescindir de los inmigrantes, que realizan las labores peor remuneradas del país? En la actualidad no, pero se trata de una cuestión doméstica que los políticos y electores norteamericanos deben, y pueden, ventilar a su aire. La pregunta, viniendo de alguien que supuestamente lucha por el progreso de los pueblos, debe ser formulada inversamente: ¿Cuándo los emigrantes van a poder prescindir de Estados Unidos? O mejor: ¿Cuándo va a funcionar Latinoamérica, de manera que no tengan que abandonarla los latinoamericanos?

A continuación –e indirectamente relacionado con lo anterior-, Castro reta a Obama a contestarle si es o no “moral y justificable el robo de cerebros y la continua extracción de las mejores inteligencias científicas e intelectuales de los países pobres”. Aquí la pregunta es retórica porque no hay robo alguno, sino más bien un transvase espontáneo de cerebros. Los cerebros mejor amueblados huyen desde aquellas naciones incapaces de remunerarlos hacia aquellas naciones donde pueden amueblar sus viviendas con el fruto de su trabajo. Lo inmoral e injustificable es justificar la incapacidad y la descomposición institucional reinantes en aquellos países de donde huyen los cerebros mejor amueblados utilizando el viejo truco de culpar al vecino de lo que anda mal en casa.

Las últimas tres preguntas que Castro dirige al senador demócrata tienen que ver con la estrategia de guerra preventiva implementada por la administración Bush. El hermano mayor, en otras palabras, se pregunta si es lícito exportar la libertad por medio de las armas, con el objetivo estratégico de prevenir el terrorismo. Este es un concepto en discusión y no cabe duda de que, en el caso concreto de Irak, Donald Rumsfeld no fue precisamente un estratega. Lo que nunca será lícito es exportar a sangre y fuego la esclavitud y la pobreza, como lo ha intentado el castrismo durante décadas en África, Asia y América Latina. Lo criminal es, ya que hablamos de preguntas, exportar un modelo sin respuestas.

letrademolde@letrademolde.com

 

 

 

 
 
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