19 de mayo de 2008       VOLVER AL INICIO
 
 

Los fantasmas que atormentaban a José Martí

By ARIEL HIDALGO

Las celebraciones cubanas del 20 de mayo opacan una conmemoración que no debía pasarse por alto: la caída en combate del mentor del alma nacional cubana. La república nacida en 1902, al día siguiente de cumplirse siete años de su partida, no era en verdad la que él soñó, sino la que previó con aprehensión en carta memorable horas antes de desaparecer: la república formal sometida al vecino poderoso con la complicidad de una ''especie curial'', ``prohombres desdeñosos de la masa pujante''.

Pero si bien nunca hubiera consentido con una independencia mediatizada por aquella enmienda impuesta por bayonetas de tropas de ocupación, tampoco habría aceptado poderes absolutos unipersonales con una política violatoria de los derechos fundamentales de los cubanos, algo que también presintió en 1884 en la carta de ruptura con el general Máximo Gómez al expresar su temor a contribuir ''a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto'' que el despotismo colonial de España, ''más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimada por el triunfo''. Si bien no fue consecuencia directa de la colonia, aquel régimen llegó más de medio siglo después, ''legitimado'' por su triunfo sobre otra dictadura que arrastraba con muchos de los nefastos rezagos de aquella república.

Un pequeño volumen publicado recientemente en Nueva York por Carlos Ripoll, el más importante estudioso actual de la vida y obra de Martí, confirma lo que ya muchos intuíamos: que el pensamiento de los derechos humanos en Cuba tiene en José Martí al más importante de sus precursores. Una página completa de este periódico aún sería insuficiente para un recuento de todo lo que Ripoll ha hecho para difundir el pensamiento del maestro, entre otras cosas, innumerables folletos sobre diversas aristas de su pensamiento, muchos de ellos financiados con su propio bolsillo.

En esta selección de pensamientos, Derechos humanos, encontramos que Martí destacó ''la importancia de abrir la república a todas las ideas'' y se opuso a ''la república que al desconocer un partido cualquiera'', reprimiría ''una expresión de la naturaleza humana''. Fue, en suma, un defensor de los derechos políticos: ''Ni rey sobre el derecho político, ni rey sobre la conciencia. Por encima del hombre, sólo el cielo''. Y advertiría en lo que parece una profecía: ``¿Haremos los cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su derecho total y negaremos, al día siguiente del triunfo, los derechos por que hemos batallado''?

La defensa del ''respeto a la libertad y al pensamiento ajenos'' constituía una parte tan fundamental de su ideario político que llegaba a llamarle, en la cita con la que Ripoll abre esta selección, ''mi fanatismo''. Y agregaba: ''si muero o me matan, será por eso''. La defensa de este derecho es muy reiterativo en su obra. En los años 80 del pasado siglo un joven cubano, Francisco Benítez Ferrer, fue apaleado y encarcelado por escribir en un muro este otro pensamiento que ahora Ripoll también recoge: ``Me parece que me matan un hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar''.

Pero hoy en Cuba, no sólo cientos de personas guardan prisión por expresar opiniones diferentes a la línea oficial, sino que también se desconoce el derecho a crear asociaciones independientes, ni qué decir que mucho menos se permitirían legalmente las asociaciones políticas.

La certeza sobre este apostolado antecesor de los derechos fundamentales de la persona humana se nos reafirma aún más por la fuerte influencia de los trascendentalistas norteamericanos del siglo XIX, como Emerson y Thoreau, con su prédica de la preponderancia del espíritu por sobre todos los poderes terrenales, la misma línea genealógica espiritual que luego iría a desembocar en Mahatma Gandhi y Martin Luther King, este último el más grande paladín de los derechos civiles en los Estados Unidos. Encontramos la huella de este influjo en incontables frases hoy memorables: ''Una idea justa, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército''. Con esta convicción comienza su memorable ensayo Nuestra América, que resume en este pensamiento: ``Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados''.

Ysin embargo, este hombre, aún joven --contaba sólo 42 años en su lance final-- desató la guerra que desembocó en el cierre definitivo de la historia colonial de España en América, la guerra que completó, con una última estrofa, el gran poema americano de Bolívar, Hidalgo y San Martín, pero interrumpiendo, lamentablemente, el desarrollo de un pensamiento que habría sido faro de libertad en el mundo moderno, tragedia que hizo brotar este lamento de su amigo Rubén Darío al conocer la noticia: ``¡Qué has hecho, maestro!''

Pero ahora, 113 años después, nosotros debemos proseguir esa lucha sin odios donde él la dejó en Dos Ríos, para hacer desvanecer, de una vez y para siempre, los fantasmas que ya desde entonces atormentaban su mente, pero por caminos que las circunstancias no le permitieron transitar: los de la paz.

 

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