12 de mayo de 2008       VOLVER AL INICIO
 
 

El doctor Frankenstein, sin afeitar y de uniforme

'La Ficción Fidel' de Zoé Valdés retrata la tragedia de un (contra)héroe que pudo ser romántico y terminó en grotesco, consagrado a coser su personaje con mentiras y delirios de grandeza

RAUL RIVERO

Los días de la vida
Desde que comencé a leer La ficción Fidel, supe que había entrado en un libro triste. Una obra que me iba a poner frente a una pantalla para ver cómo pasaba parte de mi vida, franjas de las vidas de muchas personas conocidas y episodios, hechos, fechas, gestos del pasado, el presente y el porvenir del país donde nací.

Confiaba, eso sí, ya convencido de que ni la primavera de Madrid me iba a salvar de esa tristeza, en que la habanera Zoé Valdés y sus habilidades para escribir, por ejemplo, «qué pene me da su caso» en lugar de «qué pena me da su caso, «me iba a ayudar a pasar de pagina en página, si no contento, por lo menos aliviado y con resignación.

Así ha pasado. El problema es que el libro también produce corrientes alternativas de una rabia contenida para la que casi no hay antídotos. Una categoría de furias que entra cuando ha pasado el párrafo final de una historia crispada y ya uno no tiene tiempo para pedirle medicinas urgentes a la escritora.

Y, a ver si acabo de una vez con los acosos iniciales de esta aproximación, quiero decir que La ficción Fidel, de Zoé Valdés (Planeta), puede trasmitir al eventual lector altas dosis de amargura y desconcierto.

Es por eso, entre otras cosas, que con esta nota convido a propios y extraños a entrar a este libro. Es como entrar -sin las sombras de las aduanas y las pistolas- en un país. En las comarcas más desapacibles de una nación secuestrada por un Frankestein que, según Zoé, se ha cosido a sí mismo y ha cocido con c la historia de una nación en la ebullición de un salcocho de mentiras, falsificaciones, borrones, tachaduras y omisiones.

Esta es una obra abarcadora y ambiciosa que se propone hacer pasar un tiempo difícil y largo por el corazón de una niña, una muchacha y una mujer. Y es esta última, la escritora sin miedo a las palabras, la que cuenta ese tránsito con el oficio y la pasión que le han dado un sitio (que se juega todos los días) en la literatura escrita en castellano.

Esta no es novela río, como les gusta decir a los críticos. Es un libro mar. En él uno puede hallar , a veces, el pulso de la novelista. En otros momentos, en muchos momentos, el temblor de la poeta o la inclinación de la ensayista. Pero yo lo he recibido como lo que es en realidad: un gran reportaje.

Creo que es un acercamiento riguroso y con muchas heridas abiertas a la figura de Fidel Castro, a su entorno y a las variadas y fatales metástasis que ha producido su dictadura de medio siglo.

Digo que es un gran reportaje de los de antes. De recuadros, entrevistas, crónicas, impresiones, papeles conseguidos, meses y años de notas, grabaciones, fotocopias y mensajes íntimos, recados ambiguos, secretos desvelados y dolores contados como si fueran historias ajenas o desde una silla que siempre estuvo vigilada.

Los personajes famosos, los hombrecillos, las matonesas oficiales, los cómplices y los auxiliares aparecen en este libro. Y , al mismo tiempo, pasan hombres y mujeres valerosos, porque así es como pasa en la vida y es la vida lo que cuenta Zoé Valdés. Ella lo que ha hecho es un retrato de esa vida con su mirada de artista y una honestidad blindada.

No sé que escalón de la obra de Zoé le asignará la crítica a este libro, pero si creo conocer lo que significará para el lector interesado en los asuntos de aquella isla, en el destino de ese pueblo y en el señor de sus ruinas, un actor cubano llamado Fidel. Alguien que debutó en 1940 con un mensaje al presidente Roosevelt en el que le pedía un billete de 10 dólares.

No voy a contar el libro. Lamento no haber podido adelantarles algunos pasajes que hay ahí adentro porque, a pesar de que he dicho que es triste (ella también lo dice al final), nos hubiéramos divertido mucho.

Esta nota, quiero dejar constancia, es absolutamente parcial. Voy a explicar por qué. Me gusta la literatura de Zoé, fui un temprano lector de sus versos y creo en la fuerza con que defiende sus ideas.

Hay otras claves de mi imparcialidad: yo percibo en esas páginas la respiración de los presos políticos cubanos y, si quiero, hablo con los fantasmas de Heberto Padilla, Reinaldo Arenas y Guillermo Cabrera Infante. 

 

 

 

 
 
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