5 de mayo de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Mucho ruido y pocas nueces

Jorge Olivera Castillo. Sindical Press

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - El comunismo es un productor ejemplar de algarabías. Tiene un gran taller de obreros calificados en función de perpetuar el esplendor del ruido. La ilustración no es una metáfora. Es una travesía en vivo y en directo por ciudadelas y edificios multifamiliares. Un bosquejo por los flancos de las calles desconchadas y a pocos metros de los ríos pestilentes que apuestan por alcanzar la eternidad.

De esas puertas abiertas de par en par surge el ritmo salvaje, la música que ataca por sorpresa. No hay escapatoria ante un torrente de decibeles con el don de la omnipresencia.

El reguetón ha comenzado su faena. Apenas se inicia la letanía de unos textos hechos con el idioma del solar y proclives a una sintaxis que rompe el molde de lo inteligible. Secuencias de frases irrumpen en el vecindario sin previo aviso. Sólo la entienden un grupo de jóvenes que cantan desenfrenadamente en el fragor de una espontánea cooperación a esa parcela del infierno.

Es un aquelarre que se exporta a diestra y siniestra en otra de sus versiones. Hoy son los muchachos de Eminencia Clásica, mañana Gente de Zona o cualquiera de los intérpretes de este género utilizado en Cuba para aplastar el deseo de una siesta, clausurar una conversación en algún apartamento aledaño o desencadenar ataques de jaqueca en jubilados y amas de casa.

Existen decretos que penalizan tales conductas, pero pocas veces sobrepasan el ámbito de la teoría. Caen dentro del relajamiento y la indiferencia que distinguen una actitud de alcance nacional.

La indisciplina social es un fenómeno que cobra dimensiones de escándalo. Lo peligroso de todo esto es su inusitada proliferación sin que existan mecanismos para llegar a concretar soluciones.

Se llama a una toma de conciencia sin abordar todas las aristas del asunto. Por costumbre se trazan futuras correcciones a partir de algunas causas a menudo superficiales y se dirige la mayor parte de las atenciones a las consecuencias.

Al final, más de lo mismo. Es necesario reconstruir modelos de ciudadano sin los lastres de la colectivización y ajenos a contaminaciones inmanentes a ideologías basadas en autoritarismos minimizan valores éticos, patrones de convivencia y exaltan sentimientos que dan al traste con la enajenación y la apatía.

¿Es factible ese atiborramiento de consignas sin otro fin que cumplir con un ritual más cercano a la ficción que a la realidad? ¿Se sostiene la premisa de que Cuba aspira a encabezar la lista de países más cultos del mundo? Si los índices de escolaridad son tan altos ¿por qué los miles de ejemplos de comportamientos incivilizados?

Una de las motivaciones radica en el estilo del discurso gubernamental que apela con regularidad a la chabacanería y al desparpajo con tal de incentivar la demonización del sistema político vigente antes de 1959, fecha del triunfo de la revolución socialista. También la permanencia de estereotipos desgajados del odio, fundamentalmente dirigido a los centros de poder mundial (Estados Unidos y Europa), ha servido para legitimar una fraseología descalificadora donde no faltan, de vez en cuando, las obscenidades. En los actos de repudio contra los disidentes queda plasmada una excelente muestra de lo más representativo de la barbarie tanto lingüística como la que atañe a la gestualidad de sujetos sociales presuntamente educados.

El diálogo a gritos. La facilidad para salpicar de alusiones inmundas una conversación al margen del lugar, tema e interlocutor, apuntan a la línea de flotación del triunfalismo.

Que una joven amplifique, sin el más mínimo sentido del pudor, un discurso sumido en la hediondez conceptual no es de asombrarse. Es un signo de los tiempos. Una moda que gana adeptos en todo el país.

Hacía falta la música y ya sobran los contribuyentes. Unos encuentran algún resquicio para el gozo en medio de la tragedia, otros tiemblan de impotencia a cualquier distancia de las bocinas que rugen sin control. Los decibeles se desparraman más allá de lo concebible desde equipos ultramodernos.

El alboroto desenfrenado no cesa. Hay cierta tolerancia para los musicalizadores de la tragedia. Los cubanos que anhelan permanecer dentro de los límites de la civilidad están contra la pared. ¡Que remedio! Los cavernícolas tienen la última palabra.  

 

 

 

 
 
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