1 de mayo de 200   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 
CRÓNICA
 

Felicidad con tarros

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - La osamenta aún tenía carne. Justamente al lado de un árbol yacían los restos. Un breve repaso por encima del cadáver arrojó un hecho incontrastable: el animal llevaba poco tiempo allí, tras una muerte insospechada. La frescura de las vísceras dispersas a un lado del cuerpo, el pecho con sus tiras de piel con pegostes de carne flácida y colorida, el lomo estropeado por los depredadores todavía húmedo. El conjunto despertaba avidez y temores.

Obviamente eran las pruebas de un delito. También el encuentro casual entre aquel joven y un animal desaparecido de la dieta de los cubanos.

Una vaca sin vida. Un ejemplar bovino abierto de par en par como dándole la bienvenida. Eso pensó el individuo a pocos centímetros de la escena.

“Parecía mirarme. Aquellos ojos abiertos, el charco de sangre, el amasijo de músculos y tendones. De verdad que sentí miedo. No solo por eso que te cuento. Y, ¿si alguien más se hubiese aparecido?  Menos mal que sólo había moscas. Ni chivatos, ni policías. Me llevé como 30 libras de carne”.

“Lo mejor fue que no tuve que ir al mercado negro a “luchar” un par de libritas. Las cogí fácil. Aunque te digo, esos 30 minutos fueron los más largos de mi vida.  Mientras le metía el cuchillo, las piernas me temblaban. Si me descubren, ahora estuviera en la cárcel sin haber sido el protagonista del sacrificio”.

El joven relataba los acontecimientos con cierta aprensión. Matar en Cuba ganado bovino o equino representa una trasgresión de extrema gravedad. A pesar de los castigos ejemplarizantes a los autores de este delito, poco ha cambiado en las zonas rurales del país. La oferta apenas varía sus índices que no se podrían considerar altos, y sin embargo, cubren una demanda estable y en crecimiento.

Lo lucrativo de la actividad impulsa a decenas de hombres a incursionar en potreros y hierbazales en busca de presas fáciles.

“¿Carne de res?  No tengo respuestas para una pregunta tan difícil”. Así me dijo un habanero que hace, según afirma, más de 10 años que no consume este alimento.

El kilogramo cuesta cuatro pesos convertibles en el mercado negro capitalino, unos 5 dólares. Tales precios frente a salarios que a duras penas sobrepasan los 21 dólares al mes minimizan la cantidad de las familias que pueden acceder a ese lujo.

Además, los temores de ser acusados de receptación después de una pesquisa policial a causa del olor de la carne en el momento de la cocción, disminuyen aún más el número de atrevidos dispuestos a llevarse a la boca un bistec de res.   

Es cierto que hay disponibilidad del producto en las tiendas en divisas, pero su excesivo costo limita en grados superlativos la clientela.

Aquel guajiro conocido al azar tenía la marca de la sinceridad en el rostro. Contaba su experiencia como el ejemplar más ingenuo de la raza humana. Su humildad sobresalía en cada frase con la que dibujaba el suceso en detalles y en la vestimenta de un cubano sin familia en el exterior y sin incidencias en la economía sumergida.

Pobre hasta la médula y a pesar de todo feliz, el hombre rememoraba la gloriosa casualidad. La vaca difunta, su mirada impresionante, las preocupaciones quemándole el alma, la mano trémula y la secuencia de banquetes en el hogar.

“Tuvimos que comer esos días con la puerta y las ventanas cerradas, por si acaso. Tú sabes como es la envidia. Teníamos que evitar que la suerte se nos convirtiera en desgracia”, alegó el afortunado.

En Cuba todo es tan anormal que la felicidad, a menudo, suele usar un par de cuernos, pezuñas al final de las extremidades y entonar unos mugidos sensacionales.

Por eso las emboscadas, el cuchillo en alto y los descuartizamientos. ¿Es justo que la alegría ande deambulando por arboledas y guardarrayas o pudriéndose en medio del campo?
Esa debe ser la pregunta que se hacen los Robin Hood antillanos y aquellos que descubren fortuitamente el mejor cadáver del universo.

 

 

 

 
 
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