Crónicas
28 de marzo de 2008

Kremerata báltica

Aleaga Pesant

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - La fría noche de febrero caía sobre La Habana. Invitado a una conferencia del Historiador de la Ciudad me dirigí al Convento de los Dominicos a escuchar al parlanchín, pero diez minutos más tarde regresé de nuevo en la  calle.

Kremerata-Baltica-foto-de-Aleaga

Con el aviso de la presentación de la Kremerata Báltica en el teatro Amadeo Roldan (una orquesta de cámara, mito en la interpretación de instrumentos de cuerdas), me dirigí al Auditorio, en la parte baja del Vedado. Sin más apuro que el fresco de la noche.

Me dieron la bienvenida el gentío en los alrededores del Parque Villalón y el edificio.  Lo que me dio a entender la expectativa por la velada.  En la sala de conciertos predominaba la juventud de los músicos y la alegría del público.  Me arrellané cómodamente en la butaca y acomodé mis oídos y sentimientos.

Qué virtuosismo el de aquellos jóvenes bálticos. Supongo que sean letones, latvios, lituanos, polacos, finlandeses, rusos, alemanes o suecos.  De donde quiera que fueran, algo se supo desde el primer acorde: tocaban como ángeles profesionales.  Los guiaba el maestro Gidon Kremer, Director de la Kremerata.

Gidon, seguro de sus huestes y del auditorio, decidió asumir un complejo programa que incluyó a Cherubini, Kancheli, Shostakovich y Piazzola. La majestuosidad, precisión y el virtuosismo de los intérpretes desde la primera nota sobrepaso las expectativas más exigentes.

Si faltaba algo aquella noche musical, no fue la belleza  de las concertistas.  Un historiador del arte las  calificaría  al verlas, como “rubias de Boticelli”.   Referencia a las modelos del pintor florentino del cuatrocento. Sus rostros y hermosura habitaban el espacio entre lo regio y lo puramente bello.

El concierto previsto con fineza y equilibrio sonoro, hizo descollar al demiurgo letón.  El Director, desde la altura de su edad, impone rigor, disciplina, participación y creatividad a sus jóvenes acompañantes.

El cierre del espectáculo con la suite Punta del Este, de Astor Piazola, estremeció al público.  A la orquesta le acompaño de manera emotiva y racional el vibrafonista Andrei Pushkarev. Al concluir, el público de pie ovacionó a los intérpretes.  Aplaudiendo estaban diplomáticos como Michael Parmly, Volker Pellet, Gabor Gsige, músicos como Frank Fernández,  el antropólogo Pablo Fornet, su hermano el ensayista y escritor Jorge Fornet.  Todos aclamaban a los músicos y su director.

Y yo, minúsculo ante tanto placer, agradecía la sabia decisión de cambiar el lugar de destino.  La fría noche del último jueves del mes de febrero.

 


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