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27 de marzo de 2008
La óptica de los hechos

ANDRES REYNALDO

La expectativa por cambios en Cuba tras la toma de posesión del general Raúl Castro ha lanzado sobre La Habana la atención de corresponsales y académicos. De momento, sin embargo, no se ha visto nada sobresaliente. Sin duda, el cese del frenesí movilizativo ha aliviado a la población. También, en el campo, se respira de manera más holgada ante la posibilidad de pálidas medidas liberalizadoras. Que aun siendo pálidas significan bastante para el campesino, considerando el marco casi camboyano de la agricultura castrista. Por lo demás, no se ve la mejoría.

En la arena internacional, Raúl ha avanzado en el descongelamiento de las relaciones con la Unión Europea. Esto debe verse como un golpe providencial, toda vez que el canciller Felipe Pérez Roque exuda las cualidades diplomáticas de un pollo congelado. Hablando de providencia, los lazos con el Vaticano se estrecharon tras la visita del secretario de Estado, Tarcisio Bertone. De alguna suerte que no consigo entender, el encuentro de Bertone con Raúl renovó las esperanzas de muchos católicos en lograr un mayor espacio confesional y civil.

También se ha notado un intenso esfuerzo por reanimar los vínculos con las naciones africanas. Desde el astuto y reformista presidente angolano José Eduardo dos Santos hasta el multimillonario caníbal Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, niño mimado de las transnacionales del petróleo y flamante amigo de Washington. El apoyo diplomático que estos países pueden aportar a La Habana en foros internacionales e, incluso, en una reformulación de la percepción de los intereses norteamericanos será notable a corto plazo.

Pero, en lo fundamental, seguimos en las mismas. Se habla de que Cuba seguiría el modelo chino o vietnamita. Hasta hoy más bien parece que se van a conformar con el de la extinta Alemania del este. Algunos observadores pretenden que el desarrollo de los acontecimientos en la isla sea visto al compás de una óptica interior. Sobre todo, en lo que concierne al papel de la Iglesia Católica. Así las cosas, un ambiguo sentido de proporción demandaría tolerar que los obispos llamen a misa por la salud del dictador, saludar como una apertura la entrega a España de menos de una decena de presos políticos y apostar por la transformación de la economía a partir de la autorización gubernamental para comprar artículos electrodomésticos.

Este singular ejercicio de proyección supone que hablemos de la Iglesia como si estuviéramos en la piel del obispo y de la nomenclatura como si en la piel de un dirigente atormentado por su puntillosa conciencia. Curiosamente, no se aconseja adoptar la mirada interna de disidentes y presos políticos. Nada de preguntarse por qué Bertone no se reúne con las Damas de Blanco ni por qué la apertura no comienza por una amnistía a los prisioneros y el reconocimiento de la oposición.

Es comprensible que la circunstancia de hallarnos a este lado del Estrecho de la Florida nos obligue a pesar con exquisito cuidado las limitaciones de acción y expresión de quienes viven en la isla. Ahora, precisamente la ventaja de no estar a merced de la Seguridad del Estado nos impone el deber de juzgar los eventos insulares en el crudo color de su realidad. La característica principal de los hechos (dijo alguien que en este instante no recuerdo) consiste en que no pueden ser de otro modo.

Los jerarcas del castrismo son prisioneros de su pasado. Aunque el proceso no les exigiera grandes sacrificios (para eso estaba el pueblo), sí les exigió grandes iniquidades. La tasa de alcoholismo es un indicador de la tasa de abyección. Viejos, cansados y repudiados, duermen mal entre el temor al cambio y el temor a la inmovilidad. Quizás para ellos no haya una salida. Quizás Raúl, en el fondo, no sepa para dónde ir ni cómo. Ni por qué. Habría que comprender, a fin de cuentas, que los verdugos sean incapaces de ver la luz al final del túnel. Sería terrible que tampoco la vieran sus víctimas.

 

 
 
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