Crónica          
27 de marzo de 2008
En penumbras

Jorge Olivera Castillo. Sindical Press


LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Rosendo dice que es una conspiración. No encuentra como defenderse de un hecho  que le provoca espasmos, enrojecimiento de las arterias y una aproximación a la ceguera. No puede leer, anda casi a tientas por la vía y teme volver a rodar por las escaleras del edificio a causa de sus limitaciones visuales.  Cayó, sin proponérselo, en manos de la burocracia. Una guerrilla que arrebata la paciencia y siembra el pánico en toda Cuba.
         
Ahí están sus fieles soldados en plena disposición combativa. Lo mismo atacan detrás de un mostrador que parapetados en una silla reclinable. El asunto más engorroso no es el lugar desde donde causan sus estragos sino en la periodicidad de sus episodios. Son parte indivisible del sistema. Un subproducto de la centralización y el descontrol que caracteriza al sistema dominado por el monopolio estatal.
         
“¿Qué esto es socialismo?  Bájate de esa nube. Somos las víctimas de un experimento mortal. Nos están matando de hambre y de disgustos”, aseveró Rosendo.
        
 “¿No es un insulto estar más de una semana a la espera de una receta para poder mandar a hacer los espejuelos? Eso no es todo, me enteré que tampoco hay cristales. ¡Que falta de respeto!  -exclamó el anciano con ánimos de aumentar el nivel de su enojo.
           
Sobre estos rieles transcurre la vida en Cuba. Una existencia a puro sobresalto y siempre con el presentimiento de terminar averiados por el descarrilamiento de la ecuanimidad.
            
Tales escenas se desprenden del mercado de la ineficiencia. De ahí a la anarquía no más que un paso. El país es un terreno abonado para el fomento de actitudes que vulneran la llamada moral socialista.
             
¿Qué le importa a la optometrista que no haya recetas para estampar los resultados de las mediciones realizadas a algún paciente con falta de visión?
               
“Ese no es mi problema”. “Váyase a quejar al gobierno”. “Yo no tengo nada que ver en eso”. En ese rango suelen moverse las respuestas que incitan a reacciones hostiles de los afectados.
                 
Los incidentes asociados a la escasez- en ocasiones artificiales- y la total ausencia de educación formal y ética, no pocas veces concluyen en serios intercambios de invectivas y hasta en violentos altercados con consecuencias fatales para los implicados.
                
En medio de este laberinto hay una puerta de salida, pero es preciso pagar la cuenta en divisas. De esta manera la solución llega ipso facto. El peso convertible es la llave maestra que abre las puertas al trato decente y al esmero en sus facetas más insospechadas. Primero el destinatario va a escenificar un amago de negación. Pasados unos segundos viene el desdoblamiento hacia posturas que embargan el mal humor y traen una delicadeza orlada de ternura.
               
No creo que los elementos que provocan estos tipos de comportamientos vayan a desaparecer. El escandaloso desequilibrio entre el alto costo de la vida y el bajo poder adquisitivo, la merma de los valores como secuela de la apropiación por parte del estado de espacios inherentes a la familia y el uso indiscriminado de la doble moral como defensa ante los embates de la represión marcan algunas pautas para sacar conclusiones negativas.
               
Dentro de las fronteras del juego de la supervivencia es una minoría la que escapa de las sacudidas de una cotidianidad que podría semejarse al abrazo de un oso.
               

En el apretón sucumben las esperanzas de Rosendo y la de miles de cubanos. Sus necesidades oftalmológicas deberán ser adecuadas a la insensibilidad de los burócratas. Es, por fuerza del destino, aprendiz de ciego. Un oficio triste. El único que podría encontrar entre las miserias de su jubilación.
 
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