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24 de marzo de 2008
TINTA RAPIDA
Todas las balas

RAUL RIVERO

Es una guerra con trincheras escurridizas y sorpresivas. Las bajas las pone sólo una de las partes en conflicto. Se usa cualquier arma, del veneno a la bomba y de la metralleta a la soga y la navaja. El borde delantero y su fila de muertos está hoy en México y mañana en Moscú. El lunes en Colombia y el martes en Irán. No hay tiempo ni sitio fijo para matar a un periodista.

Desde los medios se puede ver como una campaña de exterminio. Un hombre o una mujer en la soledad de la redacción y, afuera, gobiernos, terroristas, mafias, ladrones, corruptos, ambiciosos, policías, adúlteros y miserables de todos los salones, con armas en las manos y esbirros a sus órdenes.

Es una conflagración que produce dos tipos de muerte. Una, como la de la periodista Anna Politkovskaya, con la víctima tiroteada en el ascensor de su casa. Otra, la que reciben en silencio decenas de hombres y mujeres paralizados por el miedo. Gente que después de las amenazas y los relumbres de los cuchillos pasa a escribir recetas de cocina o se va a su casa a cultivar crisantemos.

Los que llevan la ofensiva son poderosos. Lo saben, lo sienten después de cada escaramuza, porque ellos imponen el estilo de lucha. Luego, observan desde sus refugios seguros unas pequeñas broncas mediáticas y unas cuantas declaraciones de condena. El anuncio de que se iniciarán rigurosas investigaciones y procesos legales. Nada más. La vida obliga al enemigo a volver desamparado a los caminos.

Se acabaron los tiempos de los duelos de honor. Los periodistas desafiados y enfrentados -a primera sangre o a muerte- en los amaneceres del mundo con algún ciudadano agraviado. Eso fue a principios del siglo pasado, cuando en las escuelas de Periodismo se daba Gramática, Historia, Moral y Cívica y unos cursos obligatorios de Esgrima.

Ahora, los que tienen que temerle a la verdad se inscriben en ese ejército multinacional y salen a matar.

Otros, con sus credenciales de dictadores, con el poder total, utilizan para callar a los periodistas las celdas de sus cárceles, abarrotadas porque la muerte no siempre necesita sangre para hacer su trabajo. Así es en China y en Cuba, donde no aparece nunca un comunicador muerto en una calle. Allí mataron al periodismo.

El poscomunismo en Rusia es mucho menos sutil. Hace poco, unos desconocidos asesinaron a tiros en una esquina al periodista Gaji Abashilov y, unas horas más tarde, aparecía estrangulado en su apartamento de Moscú el corresponsal Ilias Shurparev.

Tengo amigos allá que salieron hoy a trabajar. Otros que saldrán en Colombia y Venezuela. En Puebla y en Tampico. Tengo muchos amigos presos y algunos que tienen que someterse al agobio permanente de la escolta para poder sobrevivir. Vamos a ver dónde los totalitarios, los mafiosos y los terroristas ponen la próxima emboscada.

 

 
 
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