Crónica          
20 de marzo de 2008

Inmovilismo: signo vital de las dictaduras    

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - El cambio era una fina película de pintura que, finalmente, dejó al descubierto las asperezas del inmovilismo.  Fue un decorado hecho con viejas retóricas y diluyentes que no pasan mínimas pruebas de calidad.
        
Se ve al raulismo nítido y exuberante. La apertura, los anuncios de modestas liberalizaciones, el descongestionamiento de las atmósferas opresivas, las presuntas acciones para ampliar los márgenes de tolerancia. Todo es una utopía que se derrite a la velocidad de las contradicciones.
         
Se firman dos pactos internacionales de Derechos Humanos y pocos días después aporrean a varios opositores por entregar a los transeúntes plegables con el articulado de la Declaración Universal de esos derechos.
         
Desde las tribunas se insta al debate, sin cortapisas, y empiezan a surgir víctimas a causa de su espíritu crítico volcado en reuniones u otros cónclaves en que se desborda el nivel de las quejas, se exigen soluciones y se condena la manía de sepultar los planteamientos bajo el manto de las promesas.
         
El burocratismo, los sobornos, la corrupción, encabezan las letanías oficiales que trazan estrategias para su eliminación. Sin embargo, la pachanga mantiene el mismo ritmo con torrentes de indisciplinas y el descontrol en su mejor momento.
          
Parece que el movimiento es hacia delante, pero todo es parte de una ilusión óptica. La dictadura apenas de mueve de lugar. Permanece estática y con disimulo retrocede.
           
No hay que sumirse en profundos análisis para advertir esta realidad. Me basta pasar revista por las más de 200 cárceles y campos de trabajo y ver a las decenas de prisioneros de conciencia bañados de sombras y tensiones.
            
Con el tiro visual alcanzo a Ricardo González, un hombre que escribía artículos con decencia y objetividad, ahora en la prisión del Combinado del Este prácticamente crucificado con una condena de 20 años por arrojar sus puntos de vista críticos sobre el papel y enviarlos a recorrer el mundo sin las tachaduras de los censores.
             
En la noche veo a Héctor Maseda en su litera pensando en el texto de la próxima carta a su esposa Laura, y en los párrafos de algún libro que logra estructurar en medio del zumbido de los mosquitos y los calores que dejan en su piel unas marcas imborrables. Está en la cárcel de Agữica, a merced de unos carceleros que lo miran con un odio zoológico.
           
En Canaleta Adolfo Fernández Saínz repasa los recuerdos de aquellos tiempos en que se desempeñaba como comunicador independiente, y el día del juicio sumarísimo donde el tribunal lo condenó a 15 de años de privación de libertad por su insistente costumbre de decir las cosas sin los adornos de la complacencia y la doble moral.
             
Mirando al infinito por una ventana está Ángel Moya. Tiene la marca de los barrotes en el rostro. En su memoria se alterna la imagen del terruño, la familia y el día en que saldrá del amodorramiento la justicia. Mientras, resiste confiado y paciente.
              
Nelson Aguiar, con la salud quebrantada, tiene aún fuerzas para no claudicar; sabe que es inocente y que puede morir en un encierro de endebles fundamentos morales. Es otro preso de conciencia enfrascado entre los  percances del cuerpo y una tenaz fortaleza de espíritu.
                
En una celda de la prisión El Guayabo, Fabio Prieto se niega a capitular. Sus pulmones con enfisema y otros padecimientos, estimulados por el ambiente de catacumbas, quieren derrotarlo, pero sus verdugos no saben que cuenta con reservas inextinguibles de valor y perseverancia en sus ideales de libertad.
                
Bien lejos, a más de 900 kilómetros de su hogar, acabo de descubrir a Víctor Rolando Arroyo frente a la puerta de hierro de la  celda que comparte con prisioneros comunes. Es un huésped involuntario de la Prisión Provincial de Holguín hacia donde lo trasladaron después de protagonizar una huelga de hambre en la cárcel de Guantánamo.
             
Repartió juguetes sin autorización. Escribía artículos basado en hechos insólitos y arbitrariedades de cualquier tipo ocurridas en la provincia de Pinar del Río y sus alrededores. Se buscó con su actitud 25 años tras las rejas. Un signo de la tortura blanda. Un detalle revelador del abuso en sus más rancias modalidades.
                
Iván Hernández Carrillo asustó a las huestes totalitarias con un bolígrafo, un cartapacio de hojas blancas y unos pensamientos ajenos al perfil informativo que se ordena desde las cumbres. La fiscalía lo halló culpable. Lo tratan como un criminal por asaltar la verdad y aprisionarla en unas crónicas que no envejecen. Encarcelado, pero reacio a bajarse de su dignidad. Desde allí enfila su voz de denuncia y su fe en la democracia.
               
El 5 y medio. Así nombran la prisión donde tienen a un campesino que sembraba frijoles y viandas,  también semillas de buen ánimo y otros sentimientos que le han servido para enfrentar el encierro. Confió desde los inicios en la lucha pacífica para obtener pleno acceso a todos los derechos humanos. Diosdado González Marrero canta una décima para endulzar el sufrimiento. No se lamenta, vive recostado a la esperanza y trazando planes para cuando regrese al hogar con la sonrisa de los vencedores.
               
Omar Ruiz lee la Biblia. Cursa una oración al cielo que rompe las penumbras de otra noche empotrado en esos universos donde imperan los suicidios, las peleas a muerte y las golpizas de los carceleros. Hace pocas horas que comió el bodrio de turno.
                
Dentro del evangelio encuentra refugio y aliento para potabilizar su condena a 18 años de cárcel por practicar el periodismo fuera de la jaula del compromiso ideológico. Lucha contra las enfermedades y el rencor de sus adversarios. Está ahí enjuto y atormentado, pero decidido a defender su honor de hombre libre.
                 
En mi periplo diviso al resto de los 55 presos de los sucesos conocidos internacionalmente como Primavera Negra de Cuba.  Hoy puedo mirar esas geografías a distancia y servir de guía en un recorrido con suficiente contenido para alcanzar, sin esfuerzos, las orillas del espanto.
                  
Estuve allí casi 21 meses. Casi nada comparado con los 5 años que se cumplen de aquel arresto masivo que sirvió de escalón para un avalancha de condenas desproporcionadas. Podría ofrecer testimonios de otros reos de la causa de los 75 y de toda la tragedia del presidio político que afecta a más de 200 personas.
                 
Conozco al dedillo el contexto. De todas formas creo que es conveniente detener este viaje virtual por el dolor. No quiero más lágrimas que las necesarias. Lo que si demando, a raudales, es solidaridad con los protagonistas de esta causa noble y necesaria.
                  
La de todos los cubanos deseosos de vivir en su país sin los nudos de la intolerancia, ni los aires densos de la unanimidad.

 

 
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