Crónica          
19 de marzo de 2008

Lustrar la imagen de la ciudad

Reinaldo Cosano Alén, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) – Se intenta revivir un proyecto que no es nuevo, pero ha tenido muchos baches. Se trata de transformar la imagen de la capital y del resto de los municipios del país. Algunos tienen mejor presencia, y otros son francamente deplorables. Se quiere maquillar la ciudad utilizando pintura decorativa mural con sentido artístico; y en algunos sitios, con la adición de propaganda “revolucionaria”.

El proyecto incorporará a los artistas plásticos de diferentes regiones, en una especie de rescate de elementos del folclor tradicional local, y de ciertos valores históricos, culturales y sociales de cada territorio. Se incluyen en el plan centros educativos, recreativos y patrióticos, lo que es visto como una forma de empleo para los artistas del pincel.

Un rústico arco de piedras en cada extremo de la calle Aramburu, conocido por el Callejón  de Hamlet, es la mejor muestra del intento de animación de la deslustrada capital cubana.

Una inscripción sobre uno de sus muros dice: “Dedicado al maestro Don Fernando Ortiz, por el barrio Cayo Hueso. Nace el Callejón de Hamlet. 21 de abril de 1998. Primer mural de la vía pública dedicado a la cultura afrocubana. Dedicado a iremes y orishas, leyenda de los dioses negros”.

Pintorescos refranes y reflexiones aparecen en otras paredes: “El niño de Hamlet entra y sale del callejón”. Y también anónimos: “Puedo esperar más que tú porque soy el tiempo”.


No todos los murales tienen igual consideración y permanencia, como ocurrió con la pintura alegórica de José Martí, en la calle Desamparados casi esquina a Maceo, en la ciudad de Holguín, realizada por los pintores Dayamí Pupo y Bersi Cobiella, que se mantuvo alrededor de 3 años, hasta que alguna persona o entidad oficial, enemiga de la belleza, ordenó cubrir con pintura la obra de arte, sin dejar rastro de la misma, y todavía no se sabe la razón de este “atentado”.

La intención de convertir el entorno de una ciudad (tan maltratada como La Habana) en algo agradable, es encomiable. Pero choca con la realidad de edificios desplomados o a punto de caer; apuntalados, sucios, junto a miles de inmuebles a los que no se les pasa desde hace años una mano de pintura.

Tampoco ayudan al lustre de las ciudades y pueblos las vías rotas, repletas de baches donde hacen zafra las aguas albañales.

Cuánta frescura no imprimiría el girasol (Van Gogh lo sabía) a los murales de las calles. Y el mar, y los paisajes rurales de Cuba. ¿Y por qué dejar fuera la pintura naif, cultivada por Ruperto Jay Matamoros, fallecido el pasado febrero a los 96 años?

Los objetos de creación artística pueden ser muchos en su función de humanizar. Pero la mejor pintura mural sería el rescate constructivo de pueblos y ciudades que, irremediablemente, se caen en pedazos y estrujan el corazón de los cubanos.

 

 
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