Crónica          
19 de marzo de 2008

Precinto

Rafael Ferro Salas

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Los muchachos conversan en la esquina. Un viejo cruza la calle y saluda a una señora que lleva un niño en los brazos. Todos parecen pedir a gritos un poco de lluvia para que refresque la tarde.

La mujer que habla con el viejo saca de su bolso un pañuelo y le seca la carita al niño. El viejo también se quita el sudor de la frente, pero no usa pañuelo, le basta con el dorso de la mano.

Al rato se escuchan unos gritos desde la esquina donde está el grupo de muchachos. Un policía discute con uno de ellos. El viejo deja a la mujer con la palabra en la boca. Llega a la esquina y pregunta:

-¿Qué pasó?

-No se meta, viejo. No es asunto suyo –responde el policía.

Entonces el viejo pone una mano sobre el hombro del joven que hasta hace un rato discutía con el policía.

-Pues asunto mío es, si señor. Este muchacho es mi nieto. Yo quiero saber qué es lo que sucede, es mi derecho.

Y es como si la palabra derecho haya estremecido al uniformado. Levanta la mano y con el dedo índice a modo de pistola apunta al rostro del anciano.

-Usted me va a acompañar con su nieto al sector de la policía.

El precinto está a doscientos metros de la esquina donde el viejo conversa con el agente.

-En todo caso iré acompañando a mi nieto, señor.

Es en ese instante estalla la rabia del policía. Todo el calor del mediodía se le mete en la cara sin permiso. Sacude la mano con su dedo de pistola y grita:

-Usted me está faltando el respeto al decirme señor. Yo no le voy a permitir que me falte el respeto. Yo no soy ningún señor… yo soy compañero.

El anciano mueve la cabeza negativamente, contrariado y sorprendido.

-Parece que usted no conoce bien el significado de la palabra señor. Es mi manera de mostrar respeto a los demás.

El policía mira el reloj que lleva en su muñeca izquierda.

-No hablaré con ustedes dos ahora. Los espero en el sector a las ocho de la noche de hoy.

-Todavía no me ha dicho el motivo de su discusión con mi nieto.

-Que se lo diga él mismo.

El joven y el anciano se alejan de la esquina en dirección contraria a la que tomó el policía. El viejo le da al muchacho una palmadita suave en la espalda, con mucho afecto. Lo mira sonriendo y le pregunta:

-¿Qué sucedió con ese policía y contigo en la esquina, mijo?

El joven espera a que pase un auto antes de responder.

-Estuve preso hace apenas unos meses. Ese policía quiere impedirme que me siente en la esquina. Parece que aquí un preso nunca termina de cumplir, amigo.

-En este país es así. Pero no te preocupes. Tú sabes que cumpliste y eso es lo que importa.

El muchacho sonríe. Siguen caminando. Comienza a caer una fina llovizna. No se apuran, es como si la disfrutaran.

-Fue bueno eso de decirle al policía que yo soy su nieto –dice el joven.

-Parece que me lo creyó.

-Bueno, eso lo sabremos esta noche cuando volvamos a verlo.

Desde un portal una mujer los mira, asombrada. No es muy común ver a un viejo acompañado por un joven bajo la lluvia y riendo.

 

 
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