Crónica          
18 de marzo de 2008

Matar al poeta

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - El 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Nada más justo y merecido que referirnos a Heberto Padilla -1932-2000-, uno de los mejores poetas cubanos que, como muchos otros, se vio precisado a residir fuera de su país junto a toda su familia, en busca de la salvación de sus vidas.
Dicen que Heberto murió del corazón, como mueren los buenos, en su habitación universitaria de Alabama, cuando apenas tenía 68 años.

Pero Heberto no murió ese día. Lo sé, porque yo lo vi morir de verdad aquella otra noche de 1971, cuando en una pequeña sala de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), no pudo evitar que hombres armados, acostumbrados a matar seres humanos de una forma u otra, doblegaran y dispararan a su noble y valeroso corazón de poeta.
Heberto fue mi amigo, como lo fue la poetisa Belkis Cuza Malé, la esposa que lo amó sobre todo en los momentos más difíciles de su vida.

Pude conocerlo más cuando abatido y solitario deambulaba por las calles de La Habana. Traducía la novela Desnudo entre lobos. ¡Qué ironía! Él, desnudo también entre los lobos del dictador, abofeteado impunemente. Llegaba a mi apartamento de 27 del Vedado y conversábamos sobre su amor a Belkis, sobre su proyecto de unirse a ella definitivamente cuando el dictador cubano aprobara al fin su salida del país.

Conocí mucho más su alma meses antes de su partida. Heberto apenas sonreía. La carga de su vergüenza, de su soledad, era demasiada pesada. Para salvarse y salvar a la mujer que amaba había aceptado claudicar de sus ideas. ¡Cuánto lo comprendí diez años después, cuando en un calabozo a mí también me ocurrió lo mismo!

Han trascurrido más de veinte años. El tiempo, que aclara, desmiente, redime y condena, hoy le da toda la razón al poeta. No importa que digan que su corazón se detuvo mientras dormía en Alabama. Heberto soñaba con una Cuba libre. Era mucho su dolor.

Pero la muerte es mentira, sobre todo cuando se trata de estos hombres-poetas que pasan por la vida de los dictadores para enjuiciarlos con su poesía. Heberto tenía toda la razón. Había que quedarse fuera del juego maquiavélico y denunciar, denunciar… Cerrar la puerta, escribir a solas, porque el ojo está obligado a ver cómo en nuestro jardín, mustio, apenas sin flores, pastan los héroes. Así lo dejó cuando marchó para siempre en 1980 y nunca más quiso volver a verlo.

¡Para qué! Los árboles, los más bellos y frondosos están cortados de raíz. El poeta todo lo vio desde lejos, mucho más aquella noche, en Alabama.

 

 
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