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17 de marzo de 2008

Todos con Raúl

Armando Añel

Seguramente se habrán dado situaciones similares a lo largo de la historia, ya sea latinoamericana u occidental, pero es innegable que el espaldarazo internacional a la sucesión castrista, particularmente al ascenso de Raúl Castro como hombre fuerte en Cuba, es cuando menos digno de figurar en un manual de curiosidades políticas. Claro, si realmente fuera éste un mundo racional, o consecuente en su discurso. Lamentablemente, ocurre todo lo contrario.

Tuvieron una oportunidad histórica de apoyar al pueblo cubano –de darle voz a los sin voz-, pero la echaron por la borda. Todos se fueron con Raúl. Nunca se ha hecho tan patente la orfandad ética y/o política de la comunidad internacional, expresada en su respaldo casi unánime, o su silenciosa aquiescencia, a la sucesión cubana. En este sentido, cabe volver sobre una reciente afirmación del presidente George W. Bush: “la lista de países que apoyan al pueblo cubano es demasiado corta, y las democracias ausentes de esa lista son demasiado notables”. El espaldarazo a la sucesión, transcurridos casi dos años de la muerte política de Fidel Castro, es sintomático. Salvo algunos casos aislados, poco o nada puede esperarse de las democracias establecidas, a las que en la práctica hay que identificar como sostenedoras del castrismo.

Todo comenzó en 2004, cuando el ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero inició sus políticas de acercamiento al régimen. Su primera medida, a petición de la dirigencia castrista, fue interrumpir la participación de los opositores cubanos en la celebración de las fiestas nacionales españolas, celebradas en su embajada en La Habana. Luego, tras irrumpir en el escenario la enfermedad que inhabilitaría al máximo responsable de la tragedia nacional, la expectativa exacerbada de algunos gobiernos sirvió de coartada a otros para refocilarse en su doblez.

El canciller español, Miguel Angel Moratinos, visitó la Isla a finales de 2007, pero sin dignarse a recibir a la disidencia interna. El subsecretario de Relaciones Exteriores italiano, Donato Di Santo, declaró por esas mismas fechas que vistas las “novedades” que se estaban registrando en Cuba resultaba oportuno superar las sanciones europeas e instaurar un “diálogo constructivo” con la dictadura. Otro tanto ha hecho el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, quien durante su reciente estancia en La Habana se atrevió incluso a rectificar a Juan Pablo II: no es tanto que Cuba se abra al mundo, es “sobre todo que el mundo se abra a Cuba” (la acepción de Bertone calca el concepto oficialista, esto es, Cuba y castrismo también son sinónimos para el cardenal).

Más de lo mismo aportó el pasado fin de semana Louis Michel, comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea. Según su delegación, las sanciones aprobadas a propósito de los sucesos de la Primavera Negra –vigentes, pero congeladas- constituyen un gran error político. Y la tapa al pomo la puso este jueves el gobierno mexicano, quien oficializó en La Habana su regreso a los años oscuros del priísmo, cuando éste temblaba ante la posibilidad de que el castrismo recreara sus hábitos injerencistas en México.

En lugar de asimilar las experiencias y consejos de países como Polonia, República Checa o Eslovaquia, cuyo pasado totalitario los habilitaba para entender en profundidad el problema cubano, la Unión Europea acabó dejándose llevar por los cantos de sirena de Madrid. Y ni hablar de la postura latinoamericana. Las consecuencias para la población de la Isla, como no podía ser de otra manera, están a la vista: la oposición sigue siendo acosada, los presos políticos continúan abarrotando las mazmorras castristas, la vieja guardia conservadora –la de los Machado Ventura y Casas Regueiro- cierra el primer anillo de poder y las “reformas” por tanto tiempo esperadas comienzan a parecerse a la última “reforma”: aquella en la que Fidel Castro puso en circulación miles de ollas arroceras tras enseñarle a las amas de casa criollas cómo hacer los frijoles negros.

Y es que ya se nos echa encima la primera de las medidas insinuadas por la nomenklatura: se levantan las prohibiciones para comprar ordenadores –sin que ello signifique acceso a Internet, por supuesto-, hornos microondas y algunos otros electrodomésticos, todo en moneda convertible y a precios superiores a los corrientes en cualquier país desarrollado. Pero lo que precisa con urgencia la ciudadanía no son bienes de consumo, sino libertades, entre otras cosas porque el orden de la variable “a más libertad más bienes de consumo” no puede ser impunemente alterado. Esas mismas libertades que disfrutan, pero no comparten, la Unión Europea y/o la comunidad internacional.

letrademolde@letrademolde.com

 

 
 
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