Crónica          
17 de marzo de 2008

Periodismo sobre un lago helado

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Puesto a escoger entre leer el periódico Granma  y Juventud Rebelde, prefiero el “diario de la juventud cubana” antes que el anti periodismo del órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

Confieso que hasta disfruto y admiro algunos artículos de Juventud Rebelde. Me avisan como anda la movida y por dónde van los tiros. Algunos de sus periodistas me hacen sentir vergüenza ajena; pero en honor a la verdad, no son muchos ni lo hacen de modo tan abrumador como los de Granma.

No es fácil su dilema al decidir si son soldados ideológicos o críticos honestos ahora que hay cierta permisividad para el debate. Pasar del mundo virtual a la realidad implica desgarraduras, pero sobre todo, riesgos. El peor de todos, todavía en estos tiempos, violar la  difusa frontera de lo que es “dentro de la revolución”.

Los periodistas de Juventud Rebelde cruzan un lago helado cogidos de una mano por Lao Tsé, y de la otra por Cantinflas. Gozan del don de la taumaturgia verbal. Con sus retruécanos y galimatías dicen y no dicen, son y no son. No están ni aquí ni allá, sino todo lo contrario.

Sufro con la columna Coloquiando, que escribe el periodista Luis Sexto. Admiro su oficio y elegancia y suelo coincidir con sus opiniones. Pero el exceso de  prudencia cuando opina sobre asuntos como la tenencia de tierras, los salarios y la productividad, tortura de forma asiática tanto al periodista como a sus lectores.  

En su artículo “Dialéctica y audacia” del 7 de marzo, para aconsejar a la alta dirigencia ser audaz e inteligente en la realización de los cambios que posibiliten la perdurabilidad del socialismo en Cuba, Sexto se deshace en disculpas. Dice, justo al comienzo, que “se excede en lo elemental” al dar su opinión de “modesto ciudadano”.

En un mismo párrafo, el segundo, Luis Sexto hace dos admisiones. Primero: “No tiene ningún mérito decirlo, como tampoco lo tiene señalar este u otros problemas cuando sabemos que la dirección principal del país los reconoce públicamente y públicamente ha convocado a resolverlos”. Segunda: “los problemas que hemos de solucionar han surgido, sobre todo, por errores y desviaciones de algunos de los llamados a solucionarlos”.

 Luis Sexto sugiere lo que quiere decir, vacila en decirlo o no, pero a veces, con modestia y como quien no quiere la cosa, lo dice. Aplausos.

A menudo, al final de su columna, suele reiterar la idea de que para avanzar hay que moverse unidos.  No puedo refrenar las ganas de ofrecerle mi ayuda para empujar entre todos.

Hay que reconocer que Sexto y sus colegas hacen lo que pueden hasta donde se lo permiten. Sientan las pautas de lo mínimo deseable en el nuevo periodismo oficial.

Los periodistas de Juventud Rebelde vadean el fino y resbaladizo hielo con destreza, prudencia y a veces hasta con dignidad. Infinitamente más dignidad que la que muestran los trabajos de desfasados colaboradores foráneos como Salim Lamrani y Pascual Serrano.

Resultan de más provecho las colaboraciones para Juventud Rebelde de los académicos cubanos Aurelio Alonso y Armando Chaguaceda.

El 6 de marzo, en su artículo “Indetenible arroyo”, luego de calificar de exitosa la conformación del nuevo Consejo de Estado, y de afirmar que en Cuba el debate ha sido perenne, Chaguaceda llama a la prensa a “dar cuenta veraz, oportuna y estable” del mismo.

El profesor de Filosofía también reclama el papel de los intelectuales en dicho debate “sin tener que expiar pecados originales”. Supongo se refiera al pecado que les achacaba Ché Guevara por no ser lo suficientemente revolucionarios.

Chaguaceda, tras abogar por la legalidad y la democracia socialista, denuncia “la demagogia de los oportunistas que alardeando con su falsa modestia, citan constante y descontextualizadas frases de nuestros héroes o culpan al bloqueo para encubrir deficiencias propias”.

 Chaguaceda  no quiere que el debate en la sociedad cubana sea un “caudal turbulento que, tras represarse al exceso, rompe las esclusas y se despeña”. El profesor se conforma con un arroyo.

Cuestión de gustos. Creo que para limpiar la mugre de medio siglo en los establos de Augias, son más adecuados los ríos Alfeo y Peneo que utilizó Hércules antes que el arroyo Pastrana que sugiere Chaguaceda. Sólo habría que tomar elementales medidas de seguridad para que no haya inundaciones que arrasen con todo. Es mi opinión, sólo que a mí, pese a ser un fiel lector, no me publican en Juventud Rebelde.  

 

 
 
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