Crónica          
12 de marzo de 2008

El violín perdido de Ingres

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Juan Augusto Dominique Ingres, francés de origen y cabeza de la escuela clásica de pintura en el siglo XIX, un campo donde descolló por la pureza de su línea como dibujante, practicó el violín con pasión. Estos datos resultan de interés para comprender mejor la expresión “el violín de Ingres”, cuando se hace referencia a la afición –por placer o necesidad, en estos tiempos-  desarrollada con excelencia por alguien con una profesión distinta.

La historia viene al caso si se tiene en cuenta la situación económica a la que se enfrentan los cubanos para sobrevivir. Es frecuente escuchar en medio de una conversación banal que es necesario ejercer varios oficios para ganarse la vida en Cuba. El salario más alto no alcanza para cubrir los gastos del mes.  

Ya es costumbre que personas mayores de 50 años se dediquen a actividades de venta de los objetos más disímiles, sin tener nada que ver con su ocupación anterior. Ahí está Caridad, antigua maestra de una escuela primaria,  en el presente especialista en revistas del corazón: Hola, Semana, Vanidades, Cosmopolitan y otra cualquiera que cae en sus manos; o que una prima radicada en México se las envía como la mejor ayuda económica que pueda ofrecerle. Caridad tiene una clientela amplia de lectoras y lectores, quienes por tres pesos obtienen información sobre un mundo con el que sueñan despiertos.

No es difícil compartir comentarios al pasar junto a dos comadres del barrio, sobre la última boda de alguna princesa europea, la nueva pareja de una actriz hollywoodense o el nuevo vástago de la dinastía real española. Todo esto escuchado con naturalidad en un barrio de las afueras de La Habana, admite una cercanía contrastante con las carencias que los habitantes comparten.

En otra actividad se destaca Bienvenida, ama de casa. Pero lo de ella son los comestibles. Un renglón bien apreciado, por la demanda y por la ganancia. Las croquetas las vende a  peso. Las hace de picadillo de pollo –cuesta 15 pesos la libra- o de cuadritos de caldo de pollo Gallina Blanca. La harina la compra al panadero, la mezcla con un poco de puré de tomate y las vende fritas o sin freír, según el deseo del cliente. En estos días, anuncia la temporada de la papa rellena, su especialidad. Cien papas diarias le reportan doscientos pesos. Un saco de papa le cuesta cien pesos y con las treinta o cuarenta libras del tubérculo obtiene una ganancia redonda.  Si no hay papas ni croquetas, hace empanadas, batido de fruta o merengue. Al final de la tarde, la encuentro adormilada en el sillón del portal, cansada de tanto ajetreo.

Dora, una jubilada que trabajó en algo de la televisión, se dedica al alquiler de vídeos y discos de películas en VCD. Ella tiene  quien le extraiga mensualmente  del portal Yahoo o de MSN los títulos de las últimas producciones cinematográficas. Según el gusto de los clientes, consigue los títulos de mayor demanda: de acción, terror, suspenso, comedias y animados para los más pequeños. Trabaja doce horas  de 9 de la mañana a 9 de la noche.  Hay que añadir al servicio de alquiler, el de ofrecer información sobre los actores y el género de la cinta. Puro marketing, dirá un especialista en mercadeo.

Jorge, un cincuentón de seis pies de estatura, vende cerdos de su cría. La carne de cerdo es la opción más socorrida para comer carne en Cuba. Aunque también se consume la de  carnero, la de cerdo es más económica y apreciada tradicionalmente. Trabajó durante muchos años en los ferrocarriles, pero sin esperar la jubilación, desde los noventa, se recicló en criador pecuario.

Lázaro, sin cansarse de la biblioteca en la que trabajó por más de una década, montó en el portal de su casa, en la Víbora, un negocio de libros viejos. Desde libros de álgebra, hasta colecciones de novelitas de Corín Tellado, vende o alquila, según la selección del cliente.

Si el pintor Ingres hubiera vivido en esta época en Cuba, además de trabajar como profesor de dibujo en San Alejandro, la escuela de Artes Plásticas más antigua de la isla, seguro que tocaría violín  en algún chiringuito de La Habana Vieja para regocijo de  turistas y alivio para su bolsillo. La necesidad hace parir jimaguas.

 

 
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