Crónica          
12 de marzo de 2008

Un llamado de advertencia  

Laritza Diversent

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Siguen alzándose las voces de denuncia dentro de las cárceles cubanas, que reclaman la atención de la opinión pública mundial. Las que muestran lo retorcida que se ha vuelto la existencia en nuestro país.

Prisioneros de conciencia y reos comunes unen sus fuerzas para reclamar justicia. Sus vidas son testimonios de las arbitrariedades del gobierno cubano  y la falacia del sistema socialista dentro de la isla.

La voz de José Antonio Flores García ya no está aislada. Recluso común que cumple condena en el centro penitenciario Combinado del Este en esta capital. Tiene 42 años, y 22 de ellos los ha vivido dentro de una celda. Desde su ingreso en prisión ha sido sancionado varias veces por desórdenes dentro del establecimiento penitenciario, y por otros delitos.

Catalogado como un recluso de alta peligrosidad, se le acusa de formar bandas para ejercer poder; practicar el matonismo y la guapería; influir negativamente sobre el resto de la población penal. Estas algunas de las valoraciones de su conducta en las sentencias que la han impuesto

No es mi intención santificar la historia de criminales, ni glorificar sus vidas contándolas en forma de relatos populares. Pretendo advertir con ejemplos reales  las consecuencias funestas que pueden traer ciertos hechos para nuestra convivencia en sociedad.

En las resoluciones penales a las que hacía referencia anteriormente, no se habla de la gran responsabilidad que tienen los carceleros en la formación y fomento de bandas organizadas dentro de las prisiones. José Antonio da fe de ello, precisamente porque en tiempos pasados fue un “disciplina”.

Este fenómeno  dentro de las cárceles es bastante complejo, necesita un análisis desde varios puntos de vistas para entenderlo. Primeramente, la sociedad cubana es una de las más empobrecidas del hemisferio. La crítica situación económica  y el orden legalmente impuesto por los comunistas la han obligado  a realizar conductas  calificadas de delictivas como medios de subsistencia

Esto ha provocado el aumento de la  delincuencia  en las dos últimas décadas. Proporcionalmente crece también  la población penal  y el número de prisiones.

Contrariamente, la cantidad de guardias  penitenciarios disminuye. La profesión no es bien vista socialmente, adicionando  a ello el bajo salario que se devenga.

Esta situación ha determinado  la incapacidad de las autoridades penitenciarias para mantener la disciplina entre los reclusos. Más, cuando son ellos los responsables de la reeducación penal  y el establecimiento del orden  dentro de las prisiones.

Surge entonces la necesidad  de valerse de la agresividad de ciertos reos  para que impongan de cualquier forma  la disciplina, continuamente alterada por amotinamientos, única forma  de protestar  contra las malas condiciones de vida dentro de las prisiones.

A los carceleros también les afecta  la crisis económica permanente que se vive en el país. Necesitan ingresos adicionales que les permitan sobrevivir. La extorsión, el chantaje, la corrupción, se convierten en medios alternativos de subsistencia.

Los disciplinados, a cambio de una supuesta impunidad y situación privilegiada, ofrecen dádivas a los guardias, reciben poder y autoridad por los servicios prestados. El consejo de reclusos legaliza su labor. Por medio de la intimidación, coacción, amenaza, violencia física y psicológica mantienen de hecho un régimen disciplinario.

En estas condiciones someten  y controlan  al resto de los reclusos, influencia que no en pocas ocasiones  es utilizada, al estilo mafioso, contra sus corruptos guardianes. Cuando éstos no quieren acceder a sus exigencias y peticiones a ellos también les afecta  la precaria existencia  dentro de las prisiones.

Este es el estilo de vida dentro de las cárceles; todo comienza y termina  con represión y rebelión. Los defraudados carceleros llevan como castigo a los indisciplinados amotinados a  juicios, y los avales negativos sobre su conducta los hace merecedores de duras penas, mientras tanto buscan en otros reos  el reemplazo  para imponer el orden  por medio del terror  y la violencia.

Los jueces, en su condición de subordinados del régimen, jamás se detienen a escuchar los testimonios  de los “disciplina”, que en franca desventaja intentan defenderse  denunciando la corrupción  y abuso de sus carceleros. Es  más fácil  y conveniente  aplicar duras sanciones que ir a la génesis del asunto.

 

 
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