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10 de marzo de 2008

Reformismo y reforma en Cuba

ALEJANDRO ARMENGOL

El problema fundamental que encaran el gobierno cubano y sus economistas, ante la necesidad de llevar a cabo reformas que alivien la crítica situación del país, es la respuesta a esta pregunta: ¿puede permitirse la actividad privada, aunque sea en una escala reducida, sin poner en peligro el socialismo?

Para los fines del gobierno cubano, lo difícil de responder esta interrogante explica la lentitud de La Habana al afrontar un proceso de cambio. Hay que ver el problema no bajo la óptica del deseo de que se produzcan estos cambios --que puede estar más o menos generalizado en Cuba e imperar en Miami--, pero al cual acompaña también el temor de perder el poder, entre quienes cuentan con la capacidad de llevar a cabo estas transformaciones. Lo anterior --y este artículo en general-- puede parecer cínico, antipatriótico y pro castrista en ciertos círculos de esta ciudad. No es más que un intento de un análisis objetivo.

La respuesta del marxismo-leninismo --aún un patrón de referencia para La Habana-- a la anterior cuestión es negativa: la pequeña propiedad mercantil engendra capitalismo, de forma constante y sin detenerse.

El problema, en el caso cubano, es que tampoco se pueden eludir otras dos preguntas. La primera lleva a cuestionarse si realmente existe socialismo en la isla y la segunda se reduce aún más: ¿qué hacer entonces para detener una crisis demorada, pero no por ello cada vez más cercana?

Por otra parte, hay que especificar que el hablar de socialismo en Cuba tiene sus limitaciones, particularmente en el sentido económico, tema de esta columna.

Desde hace varios años subsisten dos modelos económicos en el país: uno fundamentado en la propiedad privada y otro que se asienta en los medios de producción estatales.

Con un éxito relativo, el régimen de La Habana ha logrado mantener separadas estas dos esferas, gracias a una estrategia dirigida tanto a reducir la esfera de producción privada nacional como a concentrar la inversión extranjera --y a las empresas conjuntas con capital privado (extranjero)-- en un número limitado de corporaciones.

Sin embargo, esta solución ha llevado a un debilitamiento social y económico del control gubernamental.

Al hablar de la situación actual en la isla, hay que reconocer que se han ido produciendo cambios en el país. Estos no han sido dirigidos por el gobierno en su totalidad. Espontáneos, pero permitidos, algunos; en respuesta a diversas presiones la mayoría. No por ello son menos importantes.

Uno de los principales fue la detención del proceso de retroceso, hacia una mayor centralización económica, en que estaba empecinado el ex gobernante Fidel Castro.

Otro es el de permitir, dentro de determinados moldes, la formulación de críticas y las opiniones en favor, precisamente, de ``reformas''.

El tercero --y no menos importante-- es el intento aún limitado de restringir la esfera burocrática nacional.

En este último radica una contradicción fundamental. A ella se enfrenta Cuba y por la misma pasaron la desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del este antes de que desapareciera el socialismo en ellos.

Mientras que el sector privado crece de forma ''espontánea'', y más allá de lo previsto cuando se posibilita la menor reforma, la burocracia --que es también resultado espontáneo y natural de la economía socialista-- aumenta a pesar de los sinceros esfuerzos por reducirla.

En la práctica son dos modelos de supervivencia en competencia. Las economías socialistas clásicas, prerreformistas, combinan la propiedad estatal con la coordinación burocrática, mientras las economías capitalistas clásicas combinan la propiedad privada con coordinación de mercado.

Uno de los aspectos negativos de la mezcla de ambos sistemas, en una misma nación, es el aumento del desperdicio de recursos.

A la vez que el sector privado vive constantemente amenazado en un sistema socialista, se beneficia de un aumento relativo de ingresos. Eso se debe a que puede fácilmente satisfacer necesidades que el sector estatal no cubre. Sin embargo, estos artesanos o propietarios de restaurantes no tienen un mayor interés en cultivar a sus clientes y tampoco en acumular riqueza y darles un uso productivo. Debido a que la existencia prolongada de su empresa es bastante incierta, la mayoría emplean sus ingresos en un mejoramiento de su nivel de vida mediante un consumo exagerado. Esta actitud y conducta no difiere de la del burócrata, que sabe que sus privilegios y acceso a bienes y servicios escasos dependen de su cargo.

Aeste problema se enfrenta el nuevo gobernante cubano, al tratar de buscar una mayor eficiencia en la economía nacional. ¿Cómo alentar y al mismo tiempo restringir al sector formado por ''cuentapropistas'', campesinos propietarios de tierras y dueños de negocios familiares como ``paladares''?

Tanto el limitado sector privado como el amplio sector estatal están en manos de personas que conspiran contra esa eficiencia, por razones de supervivencia.

La fragilidad de un socialismo de mercado es que su sector privado, si bien en parte regulado por el mercado, en igual o mayor medida obedece a un control burocrático. Este control burocrático lleva a cabo muchas de sus decisiones a partir de factores extraeconómicos: políticos e ideológicos principalmente.

Una solución parcial a este dilema sería aumentar el papel del mercado y concederles mayor espacio a las actividades legales, de forma legal y dejando la vía abierta a la competencia y la iniciativa individual. Sólo que, entonces, el éxito en el mercado tendría un valor superior a la burocracia, y multiplicaría la pérdida de poder del Estado.

Esto es lo que algunos temen en la isla y otros ansían. En la lucha entre estas dos fuerzas se decide en gran parte el futuro del país.

 

 
 
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