Crónica          
7 de marzo de 2008

El telón que cubre el escenario

Laritza Diversent

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Cinco días antes de constituirse el nuevo Consejo de Estado, Fidel Castro hizo pública su renuncia a los altos cargos de este órgano. En su mensaje explicó que su decisión se debía a que su precario y crítico estado de salud no le permitía ocupar “una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total que no estaba en condiciones físicas de ofrecer”.

Con este acontecimiento, su nombre no desaparece del escenario político. Sin embargo, no sucede lo mismo con su presencia física. Esta situación ha generado dudas a la mayoría de la población cubana.

En los últimos tiempos no ha habido ninguna entrevista televisiva o radial que permita constatar que Fidel Castro goza de plena salud mental. Los detalles específicos y concretos acerca de su verdadero estado de salud siguen guardados bajo el más celosos secreto de estado.

Todo lo anterior determina que el pueblo se pregunte si está vivo o muerto. Incluso cuestionan la autoría de sus últimos artículos y análisis periodísticos.

El que ha leído sus extensas y tediosas reflexiones, notará en las mismas la tendencia a retrotraerse en el tiempo. Se remonta a épocas pasadas, principalmente las décadas de los 60 y 70, cuestión que hace suponer que el hombre providencial de la revolución cubana, de 81 años, presenta síntomas de demencia senil.

Recordar sin mucha dificultad acontecimientos antiguos como si los estuviera viviendo nuevamente es una de las manifestaciones de esta enfermedad que ataca a los ancianos.

La situación está siendo aprovechada para crear la nueva historia del Líder, ahora desde su particular punto de vista. Esperen próximamente una obra literaria al respecto.

El mismo compañero Fidel dice en su mensaje de renuncia: “más adelante pude alcanzar de nuevo el dominio total de mi mente”. Si lo ha recuperado, reconoce que en algún momento lo perdió.

Contrario a esto, Raúl Castro, en su discurso de clausura de la sesión inaugural de la séptima legislatura del parlamento, después de exaltar a ultranza la figura de su hermano, y calificarlo de insustituible, dijo: “Fidel está ahí como siempre, con la mente bien clara y la capacidad de análisis y previsión más que intacta, fortalecida”.

Es una lástima que nuestro pueblo no pueda constatar por sí mismo la veracidad de las afirmaciones de Raúl Castro. Es nuestro deseo y derecho verlo desarrollar coherentemente un diálogo que despeje nuestras dudas. Mucho más después que Raúl Castro solicitara permiso al parlamento para consultar “al líder de la revolución” las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la nación.

Particularmente, sospecho de la actitud asumida por el nuevo presidente del Consejo de Estado. Tiene en sus manos el poder de tomar decisiones libremente. Es dudosa su insistencia de cobijarse bajo la sombra de su hermano. Pudiera pensarse que siente pena de su decrepitud y no quiere aislarlo. Quizás está mostrando síntomas de inseguridad. Me inclino a pensar que se está escondiendo detrás de la figura de Fidel Castro.

Son desconocidos los nuevos y genéricos cambios anunciados por el nuevo mandatario. El éxito o fracaso, la acogida o descontento popular con los mismos, debe ser responsabilidad de alguien. En todo caso, estarían supuestamente validados y ratificados por Fidel. Es aquí donde quedaría salvada su gestión, ante cualquiera de los dos extremos.

Desde este punto de vista, se entiende la insistencia de Raúl Castro en mantener viva la figura fenecida de Fidel, quien hizo notar en su mensaje de renuncia: “el propio Raúl y los demás compañeros de la dirección del Partido y el Estado, fueron renuentes a considerarme apartado de mis cargos a pesar de mi precario estado de salud”.

Resalta el desinterés de Fidel Castro en seguir dirigiendo el país. Inquieta mucho su ausencia en la sesión inaugural de la Asamblea Nacional, siendo diputado de la misma. Prueba su desaparición física de la vida pública.

Detrás del nombre del líder carismático del comunismo cubano se esconde algo o alguien. Esta es precisamente la función que cumple dentro del panorama político cubano. Es el telón que cubre el escenario donde se ensaya una obra, en la que intervendremos sólo como simples espectadores.

 

 
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