Crónica          
5 de marzo de 2008

El anti gatopardo

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) – En los últimos días la atención de la opinión pública nacional e internacional estuvo centrada en los resultados de la reunión constitutiva de la actual legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, el importante discurso pronunciado en esa ocasión por el General de Ejército Raúl Castro, y la integración del nuevo Consejo de Estado.

La generalidad de los amigos de la democracia, tanto cubanos como extranjeros, han expresado desazón ante esos resultados. Yo, aunque sin dejar de reconocer que hasta el momento sólo ha habido palabras y demora, y no hechos tangibles, mantengo el moderado optimismo que he expresado durante los últimos tiempos. Sigo convencido de que la situación crítica de nuestro país demanda cambios ineludibles, y que la nueva dirección está dispuesta a realizarlos, y esto a pesar de hechos sin dudas inesperados, como la exaltación a la segunda posición del país del doctor José Ramón Machado Ventura, paradigma, para muchos, del inmovilismo.

Como expresé el lunes 25 de febrero en el programa Las noticias como son, el aspecto primordial de los cambios anunciados en su alocución por el nuevo Jefe de Estado es la nueva reestructuración de la Administración Central del Estado para hacerla “más compacta y funcional”, con menor número de organismos”. Fue esta la primera reforma a la que hizo alusión Raúl Castro en su discurso. Supongo que, al escuchar esas palabras, un desagradable escalofrío haya recorrido los espinazos de la gran legión de los nuevos mayorales cubanos. Imagino que las existencias de tilo y pasiflora de los yerberos hayan sufrido una notable merma, especialmente en la capital, sede de los ministerios e institutos nacionales.

Desde luego que no me despiertan la menor simpatía esos burócratas, adheridos a la ubre pública, de la que han succionado con fruición durante décadas, sin prestar mayor atención a las carencias sufridas por sus compatriotas. Pero humanamente uno trata de situarse en el lugar de ellos, y no puede dejar de comprender la honda preocupación que recorrerá esas amplias filas (a todos los niveles, desde ministros hasta simples mecanógrafas) ante la perspectiva de ir a engrosar las filas del temido “plan pijama”, de cesar en el disfrute de las delicias del poder. O para decirlo en buen criollo: de quedarse fuera del jamón.

Es natural que la idea de convertirse en una víctima de esa clase despierte rechazo en esos sectores que –vale la pena subrayarlo, aunque sea una perogrullada- no pertenecen a la oposición, sino que son miembros del establishment comunista. Me parece lógico que, ante la perspectiva del disgusto masivo en sus propias filas que provocará esa medida necesaria, el general Raúl Castro no sienta mayores deseos de aumentar el número de los descontentos, iniciando simultáneamente un ajuste de cuentas con los hipotéticos talibanes.

Y digo hipotéticos porque no debemos perder de vista las características intrínsecas de este régimen totalitario. Señores, no estamos en una sociedad democrática, en la que cada cual pueda expresar libremente sus opiniones sin temores a represalias. Se trata de un régimen comunista situado dentro de las mejores tradiciones establecidas por el “padrecito” José Stalin, en el que el disimulo, la doble moral y la obsecuencia ante el jefe están a la orden del día. ¿Alguien osa afirmar que Pérez Roque o el propio Machado Ventura –por mencionar sólo dos casos- son en verdad inmovilistas a ultranza, que se limitaron a cumplir disciplinadamente durante años las órdenes y consignas lanzadas por un jefe absolutamente inmovilista, como lo fue Fidel? No me atrevería a asegurar tal cosa. Y ciertamente, en los últimos tiempos no han faltado declaraciones insólitas de encumbrados dignatarios cubanos a quienes todos tenían por furibundos talibanes, pero que ahora se han convertido en heraldos de la imperiosa necesidad de los cambios. ¡Cosas veredes, Mío Cid!

En el caso específico del nuevo Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, debo decir que lo padecí personalmente cuando, con la autoridad que le otorgaba su condición de médico, dirigía a nombre del Partido Comunista a los juristas cubanos. Y yo, elegido unánimemente por mis compañeros de trabajo, era miembros de la Asamblea General de la Organización Nacional de Bufetes Colectivos; hasta que en 1992 me hicieron víctima de un acto de repudio, y me expulsaron de ese cuerpo electivo de la entidad, supuestamente autónoma.

No obstante, no le guardo rencor, y espero que, si efectivamente se inician los cambios que nuestra Patria necesita, aplique su enorme capacidad de trabajo a llevarlos a cabo.

Sobre las razones para su designación para tal elevada posición, sólo me queda agregar que su vínculo estrecho con Raúl Castro desde la etapa insurreccional, la opacidad de su imaginen pública y su avanzada edad han sido seguramente factores que coadyuvaron a su nombramiento, máxime cuando Raúl, a juzgar por las apariencias, no tiene necesidad, por el momento, de pensar en un delfín.

Por otra parte, todo indica que la nueva dirección raulista se apresta a cambiar –al menos en parte- lo hecho por Fidel, invocando para ello lo dicho por el comandante en tal o más cual ocasión. Desde luego, la tarea, aunque ardua, no resulta difícil, teniendo en cuenta el número increíble de sofismas de todo tipo pronunciados por el personaje (un verdadero récord mundial). Se trata de algo parecido –salvando las distancias- a lo realizado en China por DenXiaoping, desmontando el maoísmo en el nombre de Mao. En ese contexto, considero que al acuerdo unánime adoptado por la Asamblea Nacional autorizando a Raúl a consultar todos los asuntos de importancia con su hermano, es sólo una plasmación más de eso mismo, sobre todo si se tiene en cuenta el hecho de que para hacer tales consultas, el nuevo Jefe de Estado no necesitaba de una autorización expresa del parlamento. En lo personal, no creo que el Máximo Líder esté en condiciones de hacer aportes de alguna significación, y admito que, cuando lo vea en una comparecencia en vivo ante la prensa extranjera, o recibiendo a visitantes que no estén identificados incondicionalmente con su línea izquierdista, reconoceré que estaba equivocado.

En el interín, creo que cabe esperar que comiencen los cambios tantas veces anunciados. Según lo dicho en el discurso de investidura, sólo habrá que esperar algunas semanas para que se levanten las primeras prohibiciones infundadas. Confiemos en que sí, y esperemos que a esas medidas sigan otras igualmente necesarias. Por mi parte, seguiré repitiendo con Santo Tomás: ver para creer.

En su célebre obra El Gatopardo, el barón de Lampedusa propugnaba cambiarlo todo para que todo siguiera igual. Esperemos que ahora Raúl Castro y sus colaboradores hayan optado por dejado todo igual para que al menos algo pueda cambiar.

 

 
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