Crónica          
4 de marzo de 2008

Ojo con el cinturón

José Hugo Fernández   

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Desde la Edad Media ya se habían choteado esos hidalgos caballeros que intentan proteger su honor colocando cinturones de castidad justo en el sitio por el que da más gusto quebrantar honores. Bien fueran metálicos o de cuero, no hubo cinturón que impidiese lo que manda Dios. Y mientras más férreos, mayor el gusto.

No deben ser casuales los puntos coincidentes de aquella burrada tan medieval con las prohibiciones de que hemos sido víctimas los cubanos durante el último medio siglo. Muy en particular las destinadas a impedir que seamos protagonistas de nuestra prosperidad económica.

Auténticos cinturones de castidad representan las leyes que nos han limitado hasta el absurdo en ese orden. Los señores feudales nos han querido castos, asépticos, libres de la influencia capitalista,  y desentendidos hasta de nuestro propio destino, para que les rindamos más como siervos de la gleba.      

Y es así que a cualquier mequetrefe extranjero (sólo con aceptar las reglas del explotador en jefe) se le ha permitido plantar negocio en la Isla y hasta con garantías de cero huelgas, cero reclamaciones laborales, cero sindicatos revoltosos, con carta blanca para exprimirnos sin derecho a réplica y, claro, pagándonos como a culíes en tiempos de barbarie. En tanto, a los de aquí, no más que por el mero hecho de serlo, se les impide el derecho a regentar cualquier empresa.

No resulta extraño entonces que nuestra gente de a pie se las arreglara para conseguir del lobo un pelo mediante la improvisación de pequeños negocios particulares (ilícitos mayoritaria) que al tiempo que ayudan a sacar la cabeza a sus gestores, cubren al resto de la población tantas carencias convertidas en crónicas por la ineficacia y la desidia del sistema.

Algo por el estilo, más o menos, deben haber hecho las esposas de aquellos caballeros medievales para remediarse con lo poco que no les tapaba el cinturón.

Ahora se anuncia que el nuevo-viejo gobierno está dispuesto a eliminar prohibiciones y que lo hará en breve. Si comienza por eliminar las más absurdas y dañinas y aun contraproducentes para sus propios planes de permanencia en el poder, entonces cabe esperar que pronto a los cubanos (los de adentro y de afuera, que son uno los dos) se les permita por ley ejercer su derecho soberano a invertir en la tierra en que nacieron, con recursos propios, con libre iniciativa y con pleno ejercicio de sus capacidades personales, no para enriquecerse de la nada ni para abusar de sus iguales, sino para hacer que prospere el país y la familia.

Ojalá que el enunciado del régimen responda a un mínimo de responsabilidad histórica y que en efecto haga valer lo real sobre lo irremediable. Aunque hasta hoy mismo nada indica cambios en la máxima hegeliana que tan pintorescamente se aplica en nuestros predios: si la realidad no encaja en la vida, peor para la realidad.

Habida cuenta que a mayor solvencia económica menor sería nuestra dependencia de la nobleza dominante y más difícil resultará acomodarnos el cinturón, que es principio y base de su existencia, está por ver cuáles son las prohibiciones que planea eliminar, y cuándo y cómo y hasta qué punto termina eliminándolas. 

Con todo, más les valdría arrimarnos la llave del cinturón. No sólo porque ya descubrimos que resulta vulnerable, sino también porque la perspectiva nos urge y hasta un límite en que no estamos dispuestos a conformarnos con lo que no tapa el cuero o el hierro.

 

 
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