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3 de marzo de 2008

La nueva ofensiva antiembargo

Armando Añel

La costumbre de responsabilizar al vecino de los problemas propios, o de trasladar hacia afuera los problemas de adentro, es tan antigua como la historia misma y no parece susceptible de remisión en un futuro cercano. Precisamente, el embargo estadounidense contra el régimen castrista, clavo ardiendo del que se agarran los simpatizantes del totalitarismo para justificar sus desmanes e incongruencias, engrosa, como referente, los anales de ese victimismo justificativo que ha frenado históricamente a la especie humana. La culpa invariablemente es del otro. Del “imperialismo yanqui”.

Aunque en el caso de Cuba la ofensiva antiembargo tiene implicaciones adicionales. No sólo disimula la ineficacia del modelo comunista, sino que resulta medular en términos de conservación del poder. Es de sobra conocido el carácter parasitario del sistema cubano, el hecho de que sólo a través de subsidios consigue mantener la cerrazón política y económica que lo caracteriza. La subvención soviética apuntaló durante décadas la parálisis castrista, función que en la actualidad cumple el petróleo venezolano. En esta cuerda, el levantamiento de las sanciones norteamericanas regalaría al castrismo una nueva fuente de subsidios, pero, a diferencia de los chavistas –demasiado sujetos a los vaivenes internos y externos-, de subsidios estables, duraderos.

El castrismo es improductivo, luego el castrismo es parasitario, luego el castrismo es dependiente (en su momento de la antigua Unión Soviética, más tarde de Venezuela y siempre de Estados Unidos). Así, tras la retirada formal de Fidel Castro, una nueva ofensiva antiembargo está en marcha. Y, como no podía ser de otra manera, recurre al victimismo antes expuesto.

El inefable canciller Felipe Pérez Roque declaró el pasado jueves en Nueva York, a donde viajó para firmar los pactos de Naciones Unidas sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y de Derechos Civiles y Políticos –en definitiva, como ha ocurrido en ocasiones similares, papel mojado para La Habana-, que “el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos y su política de agresión y hostilidad hacia Cuba constituyen el más serio obstáculo al disfrute por parte del pueblo cubano de estos derechos protegidos por los convenios”. Es decir, el régimen insiste en el despropósito de que respetar los derechos de los cubanos no es responsabilidad suya, sino de su vecino. Supuestamente, la negativa de su vecino a extenderle créditos o invertir en su infraestructura es la culpable de que la mayoría de los cubanos no pueda decir en voz alta lo que piensa o viajar libremente a donde pueda. Curioso nacionalismo el castrista.

Según Pérez Roque, Cuba es un “vecino pequeño que no representa una amenaza” para la seguridad de Estados Unidos, con lo cual “no hay razones para que se mantenga esta política” (la del embargo). En Nueva York, el canciller insistió en que el levantamiento de las sanciones debe darse sin condiciones previas, porque el embargo “es una violación de la legislación internacional”. Y porque su fin garantiza la continuidad del castrismo, cabría agregar.

Y es que cuando el régimen ha carecido de subsidios, ha debido abrirse paulatinamente a la iniciativa ciudadana. Recuérdese la uniformidad social o la inexistencia de una disidencia pública durante los años dorados del neocolonialismo soviético. Recuérdese el Maleconazo y las tímidas medidas aperturistas de mediados de los años noventa, posteriores al subsidio este-europeo e inmediatamente anteriores a la subvención chavista. Recuérdese, en fin, el retroceso de esas mismas reformas tras la aparición de la ubre venezolana. De ahí que la vieja guardia vuelva sobre el levantamiento incondicional de las sanciones estadounidenses, con la mira puesta en el modelo chino –o en lo que corrientemente se entiende como tal- y en la inestable presidencia de Hugo Chávez.

Pero existe una lógica histórica inexorable. Un régimen que confiscó ilegítimamente las propiedades norteamericanas en Cuba, y se pasó al bando comunista en la Guerra Fría, y amenazó con misiles nucleares a Estados Unidos, y ejerció de rampa de lanzamiento del imperialismo soviético en el hemisferio, y ha acogido calurosamente a los prófugos de la justicia estadounidense, y ha presidido la retórica antinorteamericana durante medio siglo, no puede pretender que Washington, nada menos que Washington, le dé respiración asistida.

Un régimen que ha obligado a cerca del veinte por ciento de la población cubana a exilarse -calificándola de “mafia”, “escoria”, “vendepatria” y otras lindezas por el estilo-, no debería sorprenderse de que algunos de esos mismos exiliados, convertidos en políticos y funcionarios del gobierno de los Estados Unidos, aboguen por el endurecimiento de las sanciones. Es como clavarse un cuchillo y esperar que no brote la sangre. Se cosecha lo que se siembra. Debería saberlo Pérez Roque.

 

letrademolde@letrademolde.com

 

 
 
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