30 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

¿Quién pone la soga?

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Luego de agotarse las expectativas que creó la caída del Muro de Berlín sin que acá, en la variante caribeña, el cocodrilo mudara su viejo e inútil carapacho, se hizo popular un cuento de humor negro:

Aquella pudo ser una tarde cualquiera, de no haber aparecido un anuncio del gobierno en el que se comunicaba a la población por todos los medios habidos y por haber la trascendental noticia. El Comandante convocaba a todos a la Plaza. A los niños de pecho y a los más mayorcitos. A los inválidos y  a los sordomudos. Nadie debía ni podía faltar porque era un asunto de vida o muerte o más bien de lo segundo.

Todo se debió a la cólera montada por el Comandante cuando le entregaron el balance anual de la nación. Dicen que se puso tan furioso como un jubo sabanero cuando le mean la cueva.

La producción retrocedía y la productividad andaba por el suelo. Lo peor de todo era el pésimo aprovechamiento de la jornada laboral acompañado del robo y la corrupción. Nadie trabajaba. Todos vivían vacilando el comunismo y pegados a la teta soviética sin acordarse del viejo Lenin ni del Comandante que con tanto esfuerzo y “traquimañas” lo transportó a la Isla. El marabú se adueñaba de los campos mientras las prostitutas y los chulos infestaban  las calles de la ciudad. Los maestros practicaban sexo con los alumnos en las propias literas de los campamentos de las escuelas al campo al tiempo que ministros y generales se pasaban a las filas enemigas de la mafia de Miami. Las orquestas sinfónicas regresaban de las giras convertidas en tríos y cuartetos, y los residuos de los nutridos grupos de danza y ballet que retornaban apenas alcanzaban para formar una rueda de casino. Todo esto y mucho más que no alcanzaría a decir por mucho que escribiera había provocado la ira del Máximo Líder.

En la asfixiante tarde se achicharraba la multitud, convirtiendo la plaza  en una masa compacta y heterogénea de viejos, jóvenes, niños, sillas de ruedas y camas de enfermos. En la tribuna el Comandante y su Hermano. El comandante reprochando y reprochando mientras el pueblo aplaudía y aplaudía. En un momento del discurso Raúl le susurró  al hermano, “Fidel aprieta”.

El Comandante, así animado y en el paroxismo de su cólera anunció la fatal decisión

-¡Mañana voy a ahorcarlos a todos!

Por un instante se produjo un silencio de velorio de difunto mal querido en plena madrugada.Entre el amasijo de gente alguien levantó la mano. El orador palideció, pero estimulado por un guiño del Hermano recobró la ecuanimidad y preguntó, con tono firme:

-¿A ver, qué tienes que decir? ¿Estás en contra?

-No, compañero Comandante, yo sólo quería preguntarle quién  pone la soga.

      ¿Va por nosotros o la pone el gobierno?      

 

 

 

 
 
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