30 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

El Plátano

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - No lo consiguió con sus fotos. Tampoco por ser el último de los verdaderos hippies de La Habana. Luego de tantas décadas de marginación, sólo la noticia de su muerte consiguió que El Plátano figurara en un periódico. Nada menos que en Granma. Una breve nota informó que en su sepelio lo acompañaron algunos de los trovadores que tantas veces retrató.

La nota dio su nombre completo. No era necesario que mencionaran su apellido. Nadie  recordaba cuál era, pero no tenía importancia. Aunque había dos “plátanos” y casualmente los dos se llamaban Luis, en el underground habanero todos sabían quién era El Plátano, el fotógrafo.

Con en el lente de su vieja Kodak o de las cámaras rusas que la sucedieron, atrapó los rostros de los principales cantautores cuando no los ponían en la radio y pocos conocían sus canciones. Los retrató en Casa de las Américas, la sala de Bellas Artes, La Madriguera de la Quinta de los Molinos, el Bosque de La Habana o cualquiera de los parques de El Vedado.

Logró las mejores imágenes de  la nueva canción cubana desde que ésta era sólo un puñado de baladas de ambigüedad contestataria. Creyó en sus cultores y los siguió con reservas en el viaje oficialista de la nueva trova. La convirtieron en movimiento y se derrumbó bajo el peso de la burocracia y las consignas. Cuando de los escombros  emergieron los topos de la novísima trova, El Plátano estaba allí y  ya tenía la cámara preparada.

También fotografió rockeros, hippies y todo tipo de inadaptados. Sus fotos son las crónicas de una época dulce y amarga que la historia oficial trata en vano de metabolizar. El Plátano, quién lo duda, fue uno de sus protagonistas.

El Plátano, siempre con demasiada hambre y sueños a cuestas. A veces, con piojos. Con los versos de Silvio o Dylan y cualquier música celestial dando vueltas en su mente. Asomaba por cualquier esquina del Cerro o El Vedado. Presto a opinar donde lo llamaban y también donde no. En las buenas y en las malas, que eran casi siempre.

Con su cámara en un mugriento morral gris. Lista para disparar. No importaba cuan antigua o defectuosa para que hiciera maravillas. Aún antes que la mismísima Mercedes Sosa le regalara una cámara fotográfica japonesa que a todos nos pareció moderna y sofisticada. Después no se la vimos más. Tal vez la tuvo que vender para poder comer durante el Período Especial.

Me pesa no haberlo felicitado por no apearse jamás del ómnibus mágico, misterioso y sicodélico. La última vez que lo encontré por la calle Ayestarán, además de hablar de los amigos de los viejos tiempos, estuvimos demasiado entretenidos en recordar las canciones de Jim Morrison y Janis Joplin.

No hubo tiempo de congratularlo por su persistencia en ser él mismo. Hallaron su cadáver un día nublado de mediados de junio. Tuvieron que forzar la puerta de su ruinosa casa. Llevaba muerto más de 48 horas.

El Plátano se quedó con las ganas de retratar en París, con aguacero o sin él, la tumba con olor a marihuana, en el cementerio Pére Lachaise, del Rey Lagarto. Tampoco pudo llevar flores en el pelo en San Francisco ni estar  en el festival de Woodstock. Son sólo  algunos de los simples sueños que se quedó sin realizar.  

En cambio, además de muchos amigos, tuvo canciones que le dedicaron Amaury Pérez y Carlos Varela. Y por si fuera poco, Granma dio la noticia de su muerte. Pero me temo que lo dicho por el órgano del Partido es lo que menos le hubiera importado al Plátano en esta vida y en la próxima encarnación.

 

 

 

 
 
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