30 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Valores invertidos

José A. Fornaris, Cuba-Verdad

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Mercenario, según el diccionario, es el “asalariado que supedita de manera indecorosa su voluntad a la merced ajena”. Y la definición es aplicable también “a la tropa asalariada que sirve a un gobierno extranjero”.

Ese dictamen retrata de cuerpo entero a las guerrillas armadas que el gobierno de La Habana regó por numerosos países de la zona con el premeditado fin de desestabilizar América Latina.
Pero esa realidad  la ponemos al margen, y utilizamos el sustantivo “mercenario” en el mismo sentido que el régimen de los Castro le atribuye al referirse a sus opositores pacíficos.

Esos “mercenarios”, asegura el gobierno comunista, están al servicio de la mayor potencia militar y económica que ha conocido la historia: los Estados Unidos.

Conozco a muchos de esos “mercenarios”. Algunos vienen a mi casa y luego no tienen los dos o tres pesos necesarios para el pasaje de regreso.

Una vez llegué al reparto Eléctrico sobre las diez de la noche, y como el único transporte que había para continuar viaje eran los taxis-colectivos que tienen una tarifa de diez pesos por persona- tuve que permanecer en ese sitio hasta las cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada, momento en que pude abordar un ómnibus de un centro de trabajo que cobraba un peso por pasajero.

En términos generales, los “mercenarios” en Cuba son pobres. La casa de Lucas Garve es una especie de choza donde el único lugar para sentarse es la cama. Y aún así, estorba, porque el espacio que existe entre la cama y un librero todo desvencijado que está recostado a la pared, es el mínimo para que pase una persona, y esa es la única vía para  dirigirse a su “gran cocina”.

La vivienda de Laritza Diversent se construyó con pedazos de tablas, el piso está formado por tres materiales diferentes: una plancha de hierro, otra de plástico, y una tercera de cemento. Por las rendijas de las paredes pueden entrar dos perros peleando sin grandes dificultades.

Parte del techo de la casa de Amarilis Cortina está a punto de colapsar por el destacado trabajo que han realizado las termitas. Cuando llueve, ella tiene que repartir por múltiples puntos  de la geografía hogareña todos los recipientes que logre acopiar para recoger la lluvia que entra por el techo.

El hogar de Luis Cino es el garaje de la casa de sus padres.

Juan González Febles sobrevive en un pequeño e incómodo apartamento en la barriada de Lawton. Richard Roselló pernocta donde pueda porque no tiene casa.

La lista de los que viven con iguales o parecidas condiciones, sería interminable.

En el otro extremo de los “patriotas” dedicados a defender la revolución. Aunque sean de segunda o tercera categoría, por ejemplo, los que integran el panel del programa televisivo Mesa Redonda, o dirigen algún medio con énfasis en la propaganda ideológica, tienen autos, casas confortables, viajan al extranjero en alguna “misión” y pasan las vacaciones en centros turísticos de buen nivel. Están a la par de la clase media de un país desarrollado.

Más arriba están los  jefes, “patriotas de primera categoría” que disfrutan de una calidad de vida que nada tiene que envidiar a la de las clases altas de cualquier nación del mundo.

En cualquier país se conoce de dónde los de las clases altas allá sacan su dinero; en Cuba, se desconoce, como pueden vivir como viven con los bajos salarios que oficialmente tienen asignados.

Estamos ciertamente ante una inversión de los valores: los “patriotas” deberían ser los sacrificados, los paradigmas sociales, los comprometidos con el altruismo, pero son los que mejor viven. Los “mercenarios”, que supuestamente están al “servicio” de la potencia más poderosa y rica del planeta, deberían tener una existencia muelle.

La conclusión es simple: los “patriotas” no son tan patriotas, y los “mercenarios” no son mercenarios.

 

 

 

 
 
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