24 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Canon blanco contra belleza negra

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - El ideal de belleza de la cultura occidental responde al canon griego impuesto por los románticos en el siglo XIX. La búsqueda del ideal de belleza de tipo occidental lo impuso al desarrollar una ciencia de la fisonomía por la necesidad de colocar en el centro del mundo moderno las imágenes raciales.

Los modelos de belleza son adoptados o rechazados por una comunidad y los distribuye a todos sus integrantes para que éstos los acepten, si quieren ser aceptados ellos  mismos o los rechacen si quieren pretender no ser reconocidos.

No es raro encontrar personas de una raza que desdeñan  los rasgos propios de su composición genética. Hay negros que desearían ser blancos y blancos que, quizás, preferirían rasgos negros a los euroasiáticos.

El asunto es que leyendo hace unos días el texto de una joven habanera y negra, me sorprendí al enterarme de curiosos juicios tal como el de que “los negros maldicen su origen”,  “los negros percibimos el desprecio, la indiferencia y el odio”.

Quizás,  por vivir en un barrio marginal y no haber podido encontrar los mecanismos para no escapar de las incertidumbres cotidianas que la marginalidad impone a los incapaces de librarse de ellas, en el texto la autora vuelca toda la complejidad de sus prejuicios, al fin y al cabo tan perjudiciales como los de un racista blanco y, en el fondo, impuesto por las convenciones raciales que solamente personas con mentalidad racista puedan imponer.

Exponer tales criterios, como los mencionados más arriba, denota primeramente falta de cultura, de reconocer su grupo racial, pues, según las últimas investigaciones sobre el genoma humano, tenemos un gen común para todos  los seres humanos. Hay pues una especie humana, no  razas humanas. Un concepto, creación del cientificismo clasificador y el racismo del siglo XIX, impuesto para justificar la inferioridad de los negros, rebajarlos a la categoría de no-personas y, por consiguiente, poseer una justificación de la esclavitud moderna, la base del sistema de plantación que proporcionó los capitales necesarios para el desarrollo del comercio mundial.

Segundo, en lo particular, muchos, como la joven de marras, desconocen lamentablemente la historia de los negros y mestizos en Cuba, sus aportes a la nacionalidad, y su contribución mayor en este sentido, la idea de la libertad. Repito con orgullo: fueron los negros quienes trajeron a las Antillas la idea de la libertad. Ahí están recogidas las afiebradas sublevaciones de negros esclavos en todas las islas del Caribe y más allá. Y expongo como ejemplo cimero la Revolución Haitiana, la primera gran rebelión exitosa anti esclavista y anti colonialista.

Pobres son los argumentos traídos a colación en su texto, aún más cuando se basa en chistes de tono racista para apuntalar un tema tan complejo. Pero no es mi objetivo criticar desaciertos o superficiales aproximaciones al tema, sino sacar a la luz la raíz de tales prejuicios racistas dentro de la piel de una negra.

El modelo ario de Grecia se estableció en los años 40 del siglo XIX. Los europeos necesitaban la justificación de no personas para los esclavos que trasladaban en sus barcos de las costas del África a las costas americanas. Aunque el modelo anterior de belleza era el modelo egipcio, este era de origen africano y a los racistas europeos les convenía desvalorizar toda  vinculación con quienes aherrojaban a la esclavitud para su provecho.

De esta manera se instauraron toda una serie de proyectos  que justificaban que una persona humanista blanca pudiera ser dueña de esclavos negros, pero al fin y al cabo, sucedía que estas víctimas de la esclavitud eran  consideradas no- personas, seres inferiores.

Por tanto, la inferioridad negra le fue aplicada a la inferioridad de la belleza negra. La identificación de la piel negra con la oscuridad del alma obedece justamente a la puesta en valor de un canon de belleza ario, que en realidad no existe, pues es una invención europea.

Veamos las imágenes de Jesucristo más aceptadas y reproducidas en todos los altares,  las que lo definen como un hombre de finos rasgos euroasiáticos, cuando geográficamente Jesucristo era de origen semítico, de piel más oscura, de pelo rizado,  posiblemente como se ve en las representaciones bizantinas más antiguas, más fieles posiblemente a la imagen legendaria. Eso fue producto de un proceso que comenzó temprano en los siglos XIV y XV, en pleno Renacimiento, cuando pretendían la semejanza  el hombre, Dios su Hijo.

En definitiva, reconocer la belleza del otro implica reconocer los valores implícitos en él. Para evitar eso, han inyectado durante siglos la idea de un canon de belleza único como el apropiado. Reencontrar valores en nuestras figuras personales significa darnos valor a nos-otros mismos.

 

 

 

 
 
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