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24 de junio de 2008
TINTA RAPIDA
La mano en el aire

RAUL RIVERO

Un amigo que escribía aventuras para la radio en los años 50 dejó a su audiencia consternada y en tensión una noche porque metió al héroe debajo del mar, desarmado y atrapado por un pulpo gigante. Al otro día, no sabía cómo salvar al protagonista del serial. Pidió ayuda a los actores y uno de ellos, el más viejo, le dijo: «Escribe que el pulpo es bueno y lo suelta».

El problema, comentaba años después el escritor es que, para esa fecha, ya sabía yo que los pulpos y otros seres vivos actúan por instintos, siguen sus íntimos llamados interiores y nunca cambian. Nadie iba a creer en la bondad del animal que tenía preso al hombre en medio de las corrientes submarinas.

La broma del actor radiofónico le servía también al guionista, ya en su declive, para exponer una rígida teoría -sin ninguna base científica- acerca de la invariabilidad de ciertas conductas humanas.

Para mí las dictaduras totalitarias son como ese pulpo. No cambian, no sueltan. No llegan a la bondad por la vía del convencimiento, ni porque de pronto descubren que le hacen daño a lo que han visto siempre como una simple cena, una fuente de energía para esperar otro nuevo ciclo de hambre y de vacío.

No hay pulpos buenos. Ni malos. Hay pulpos y hay dictaduras. Los dos se producen, de principio a fin, en su esplendor y en su agonía, como lo que son. Cada uno en su ámbito: el animal con la propensión natural a apoderarse de sus manjares reglamentarios; la dictadura, a triturar la sociedad que ha apresado entre su infinita variedad de tentáculos.

Así debe pasar hoy lunes en los mares del mundo donde sigue su curso la cadena alimentaria. Así pasa en Cuba, donde la dictadura hace falsos movimientos para crear la ilusión de que evoluciona y, sin embargo, bajo esos tintes de camuflaje, aumenta la represión contra la oposición pacífica, se ensaña con los presos políticos y acomoda la miseria, ahora con la crisis mundial como cobertura para explicar la ineficacia del Estado.

Allí no se cree en pactos de caballeros. Ni en diálogos civilizados, porque el estruendo de sus insultos no les deja escuchar. Además, no quieren, no pueden porque pierden su esencia.

La respuesta de Fidel Castro al anuncio del levantamiento de sanciones de la Unión Europea; las declaraciones Felipe Pérez Roque, después de un almuerzo de langosta rellena con el presidente uruguayo Tabaré Vázquez, y el silencio de los otros representantes del régimen, deberán ayudar a Europa (y, en particular, a España) a buscar el microscopio que reclamaba Carl Bildt, el canciller sueco, para tratar de ver los cambios en la isla.

En ese país hay que observar y tender la mano a los que trabajan por la libertad con la policía en las ventanas de sus casas. Los que luchan contra el pulpo todos los días. Solos y desarmados.

 

 
 
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