17 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Las anécdotas de Ché

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - El Maestro no aspiraba a ser como Ché (aún no habían acuñado la frase que repiten cada día, antes de iniciar las clases, los pioneros cubanos). El joven campesino de la Sierra Maestra quiso ser nada menos que Ché Guevara. Fue uno de los primeros infatuados con su personalidad.

Algunos de sus compañeros del Ejército Rebelde decían que se parecía al actor mexicano Mario Moreno (Cantinflas). Otros lo confundían a veces con Ché. El Maestro quiso aprovechar su parecido con el apuesto revolucionario argentino para seducir muchachas de la zona. Incluso trataba de imitar su acento porteño mientras susurraba galanterías montunas. Hacerse pasar por Ché le costó la vida. Cuenta Carlos Franqui que lo fusilaron sin juicio, por orden de Fidel Castro y Ernesto Guevara.

La historia no recogió su nombre y apellidos, sino sólo el apodo. El Maestro fue uno de los 46 hombres fusilados en la Sierra Maestra durante el año 1957. La mayoría eran rebeldes. Muchos eran desertores, informantes, delatores o sospechosos de serlo. A otros los acusaron de robos, asesinatos y violaciones. Fue el duro  método de los jefes revolucionarios  para consolidar la guerrilla en la Sierra Maestra.

En su libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, Ché Guevara narra con escalofriante minuciosidad muchas de estas ejecuciones. Incluso refiere algunos de los frecuentes simulacros de fusilamiento con que aterrorizaban a los guerrilleros indisciplinados. Es la misma frialdad con que después de 1959 dirigió los pelotones de fusilamiento en La Cabaña en su más activo período.

No me gustan los héroes. No entiendo el fenómeno psicológico que es la fascinación mundial por Ché Guevara.

El 14 de junio hubiera cumplido 80 años. De no haber sido asesinado en Bolivia en 1967, hoy no sería el mito invencible en que lo convirtieron. El símbolo más impactante de la revolución cubana sería otro gerontócrata más en el Politburó; uno de los comandantes históricos de una revolución  que hace piruetas para no caer en coma irreversible. Quizás sería el más culto. También el de línea más dura y menos apto para el mundo cínico y pragmático de hoy.

En cada nuevo aniversario de Ché Guevara vuelven a aflorar sus anécdotas, narradas por sus compañeros. Se supone que enaltezcan sus virtudes, pero consiguen el efecto contrario. Mientras más anécdotas conozco, más deshumanizado se me hace el personaje. No sé si pasará igual a los que llevan su rostro (según el lente de Korda) en la camiseta o tatuado en el brazo.

Pienso en la zoquetada con la que avergonzó ante las cámaras de la televisión al popular animador Germán Pinelli. Al calor de la admiración y el entusiasmo de los primeros tiempos, Pinelli lo llamó che, a la manera argentina. “Soy che sólo para mis amigos, para usted soy el Comandante Guevara”.

Poco antes de partir hacia Bolivia, algunos de sus compañeros invitaron a Ché a comer. Querían la mejor de las despedidas para el amigo que marchaba a una misión incierta. Consiguieron en la heladería Coppelia dos tinas de helado de fresa. Sabían que era su sabor preferido. La cena discurrió perfecta hasta el momento del postre. Cuando vio el helado se puso majadero. Quería saber cómo lo habían conseguido. Se negó a probarlo. Al final, se levantó de la mesa y se marchó furioso.

La próxima anécdota que referiré ocurrió en abril de 1961. Acaba de aparecer en la prensa cubana. Esclarece, al cabo de más de 47 años, por qué Ernesto Guevara no participó en los combates de Playa Girón. En aquel momento, Radio Swan afirmó que Fidel Castro  había matado de un balazo a Ché Guevara durante una reyerta entre comandantes. En realidad, Ché recibió un balazo en la cara, pero de su propia pistola. Fue un accidente, dice la versión oficial. Algunos mal pensados creen que intentó suicidarse.

Lo atendieron en el hospital provincial de Pinar del Río, en medio de estrictas medidas de seguridad. El doctor Orlando Fernández Adán, médico y capitán de la columna militar de Ché, refirió el suceso cuatro décadas después al periódico Juventud Rebelde (Una herida y otra mentira, junio 10 de 2008):

La bala “le penetró por la mejilla izquierda, recorrió un pequeño tramo por dentro de la cara, atravesó el pabellón de la oreja y tropezó con el hueso mastoide”.  No fue grave. No afectó arterias ni órganos ni mucho menos el cerebro”.

 Meses después, Aleida March, su esposa, le dijo al doctor Fernández Adán que su marido comentaba que estaba muy satisfecho con sus cuidados médicos y que le estaba muy agradecido.

Refiere el doctor, hoy con 80 años: “Entonces le pregunté sonriente a Aleida: ¿Chica, y por qué el Ché no me lo dijo a mi? Aleida se rió y me respondió: Adán, porque si él te dice eso, si te elogia personalmente, deja de ser el Ché. ¿Tú no crees?”

Tratándose  de Ché Guevara, vaya si lo creemos.

 

 

 

 
 
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