16 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Destino

Yosvani Anzardo Hernández

HOLGUÍN, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Historias de dientes conozco muchas por ser yo especialista en prótesis dentales, aunque claro, también fui vaquero, estibador y obrero agrícola, entre muchas otras cosas. A veces resulta duro, y otras divertido, recordarlo.

Dicen que nadie sabe nada del campo si no le ha dado un beso a un caballo, pero esta historia no me involucra a mí, sino a un colega.

Todo comienza con la llegada del molde en yeso al taller de Esteban. Por el tamaño es evidente que se trata de las encías de un niño. El señor que lo trae no pudo venir con el niño de nueve años al taller porque el muchacho tuvo un accidente y estaba ingresado. En el accidente perdió los dientes. 

Al revisar el molde, el técnico observa el reborde alveolar y las piezas que quedaron intactas. Hubiese preferido tener al niño y hacer personalmente el molde como siempre, pero tendrá que conformarse con lo que tiene, por lo menos está seguro de que el pequeño no tiene toros palatinos y sí un frenillo sublabial similar al de él, por lo que los dientes centrales del maxilar superior se encontraban separados entre sí.

Esteban perdió un hijo hace nueve años. La madre del niño decidió escapar del país en una embarcación casera cuando el niño tenía ocho meses de nacido y, según la madre de ella, todos en aquella embarcación murieron ahogados.

Esteban es testigo de Jehová y a menudo habla con sus pacientes sobre la manera en que cambian las cosas entre los hombres, porque lo único perpetuo es la palabra de Dios.

Recuerda que los antiguos chinos tallaban dentaduras de madera, las pintaban, y de esa forma resolvían el problema de la falta de dentadura. Mucho después surgieron las primeras prótesis hechas de dientes naturales, y recuerda que hasta en la literatura se reflejó, como cuando la madre de Cosette, en Los miserables, de Víctor Hugo, vendió sus dientes por un poco de dinero para que los Thérnadier, quienes la cuidaban, le compraran medicina para curar una enfermedad.

Hace unos años, a los creyentes de cierta religión había que tallarles los dientes a partir de los de las vacas y caballos. Afortunadamente, ellos dejaron de exigir tal cosa y comenzaron a usar prótesis normales de porcelana y acrílico.

Para ir al seguro, Esteban hizo la prótesis en cera y decidió ir al hospital a probarla personalmente. Muchas cosas le pasaron por la mente en sólo un segundo. Las encías del niño estaban inflamadas, por lo que su viaje fue en vano. Aquel muchacho se parecía demasiado a alguien muy cercano: a él.

Una enfermera le informó que la madre del niño estaba en el baño en ese momento y que no se separaba de él ni un instante. El padre iba a verlo todos los días.

Alguien salió de la sala para buscar a un donante de sangre O negativo para el niño. Necesitaba urgente la transfusión y su tipo era la menos común.

Cuando Esteban reaccionó, hacia más de media hora que estaba orando arrodillado ante la cama del niño. En verdad no sabe qué sucedió, su dogma prohíbe dar y recibir sangre. Una enfermera, de repente, anunció que el niño ya no necesitaba la transfusión.

El parecido común y compartir el mismo tipo de sangre sólo eran indicios circunstanciales. Nadie le dijo que aquel niño era adoptado, porque nunca se supo quién era el padre, y la madre biológica murió cuando era un bebé.

¿El ADN? No, eso no es así de fácil aquí. No obstante, Esteban seguirá insistiendo, no en demostrar que ese niño es su hijo. Sólo reclama el derecho a quererlo junto a sus padres adoptivos.

Tal vez sea bueno no saber  y no deba seguir buscando. Quién sabe, tal vez.

 

 

 

 
 
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