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16 de junio de 2008

Cosas que traje de La Habana

EMILIO ICHIKAWA

En el filme Cosas que dejé en La Habana (Manuel Gutiérrez Aragón, 1997) un buscavidas cubano llamado Igor (Jorge Perugorría) usa la jerga revolucionaria en momentos de expansión, como chiste. El vocabulario del castrismo no está entre las cosas que uno deja en Cuba, sino entre las que se trae al exilio.

El totalitarismo se impuso en el terreno de la lengua. Es algo que habrá que superar a mediano o largo plazo. También ha impuesto algunos valores, como una disposición bastante tolerante ante la mentira y la desconfianza que, si bien no perjudica mucho la puesta en marcha de una transición, sí será un obstáculo en la transparencia civil que necesita una democracia.

La media verdad y el recelo no sólo son necesarios para ''sobrevivir'' en la escala social creada por el castrismo, sino incluso para oponerse a ella. La disidencia y oposición interna, así como muchos grupos del exilio se entrenan, más que en la verdad, en la reserva de la información y el constante chequeo de su membresía. Tienen que hacerlo.

Como demuestra la democracia norteamericana, la confianza y hasta la ingenuidad son valores más afines a la libertad que el misterio conspirativo o esa intrascendente actitud que el periodista Armando Añel ha calificado como ''picardía vegetativa''. Lenguaje, ''jineteo'' cultural y síndrome ''seguroso'' son tres ingredientes de ese llamado nuevo exilio que erróneamente algunos colegas se empeñan en edulcorar.

El hombre nuevo, digámoslo claramente, está ''j...''. No sirve ni siquiera para defender al castrismo. Por eso se convirtió inmediatamente al raulismo cuando pensó que Fidel Castro estaba fuera de juego. Hay algo que define al sujeto guevarista: la deslealtad. No sirve ni para guardar un secreto, mucho menos para echarse solo una democracia encima.

En lo que respecta al reciente debate en torno a los usos de los fondos destinados a la libertad de Cuba (debate que también existió en el ámbito del Partido Revolucionario Cubano de José Martí), el hombre nuevo no necesita estadísticas ni pruebas. Antes de concluir, más bien presupone que el dinero existe para ser robado: en su religión política, todo el mundo es corrupto.

El totalitarismo no es como un traje que se abandona sobre un banco después de un viaje de noventa millas. Es una cultura o una subcivilización que, producto de permanecer centrada en su propia referencia, vive en constante cotejo consigo misma. Hace unos meses un amigo residente en Montreal dijo: ``Acabo de almorzar con tres pintores llegados de Cuba y me aseguraron que el mejor arte del mundo se está haciendo en este momento en La Habana.''

Creo que aun cuando se logre una transición democrática en Cuba, el debate en torno al capital simbólico, la escritura de la historia, el calendario, las efemérides y el lenguaje continuará.

Es por eso admirable que la oposición venezolana (dentro y fuera) esté perfilando una estrategia cultural en su crítica al chavismo (algo de lo que creo carece el exilio cubano) y que incluya el capítulo del lenguaje dentro de la misma. Varios periodistas venezolanos han alertado acerca de la imposición de una jerga nueva como parte del llamado socialismo del siglo XXI. Frente a esto, con mucha sutileza, la filial venezolana de la Real Academia de la Lengua Española ha pasado un acuerdo sobre del uso del lenguaje por parte de los funcionarios públicos. Se puede leer en la página electrónica del escritor y maestro Alexis Márquez www.conlalengua.com.

No se puede superar al castrismo en el ámbito de su propio vocabulario y su rutina. Creer que un nuevo país puede fundarse con las mismas palabras es una ingenuidad. Tanto, que equivale a olvidar que ''nuevo'' es una palabra bastante vieja.

 
 
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