9 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Entre el espanto y la ternura

Juan Antonio Madrazo Luna

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Mariela Castro Espín se levanta en estos días como adalid gubernamental por la tolerancia hacia la diversidad sexual y, la lucha contra la homofobia. Un trabajo que desarrollan en silencio y, desde hace muchos años mujeres y hombres, homosexuales y heterosexuales. Pero, que en estos tiempos de cambio alcanzan justa dimensión.

La homofobia en Cuba es sinónimo de violencia, humillación y discriminación, de exclusión e intolerancia. Es un poder marginador que atenta contra la dignidad humana. Su registro en la sociedad cubana es muy anterior al sismo de 1959.

La republica heredó sobre el tema una estructura patriarcal de fuerte tradición cristiana. Con la ideología revolucionaria se desarrolla un nacionalismo excluyente. La moderna inquisición se orientó a la intolerante doctrina socialista, donde una de las claves es la homofobia.

Institucionalizada por decreto, la homofobia va a sus manifestaciones más agresivas y extremas. La represión comienza a tomar fuerza a partir de considerar a la homosexualidad como delito, herencia de la podrida mentalidad republicana, sólo reeducable mediante el trabajo político, ideológico y productivo.

Como primera medida de control social, se crean en el año 1965 las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). A estos campos de concentración, fueron enviados religiosos, homosexuales y miembros de movimientos sociales los que su rebeldía no les permitía ajustarse al nuevo orden.

Los homosexuales comienzan a ser clasificados como escorias humanas. Se violenta su integridad física, sicológica y social. La UMAP desarrolla su política “sanitaria”,
higienizando la sociedad. Se pretendía lograr al hombre nuevo, como soporte decisivo para establecer la nueva ciudadanía revolucionaria.

En 1971 se celebra en La Habana el Congreso de Educación y Cultura, organizado por José Ramón Fernández y Armando Hart (hoy Vicepresidente del Consejo de Estado y Director del Programa Martiano, respectivamente) y presidido por Fidel Castro. En su declaración de principios, asumen una postura ideológica discriminatoria, certifican a la homosexualidad como una patología social alineada al diversionismo ideológico.

La homosexualidad como variante de la diversidad sexual, fue criminalizada, rechazadas y condenada desde el discurso y la practica oficial. De este evento surgieron medidas como la "parametración", purgas universitarias, procesos de depuración que dañaron y dejaron secuelas en el cuerpo cultural de la nación.

Victima de la exclusión y la humillación fueron el coreógrafo y bailarín Ramiro Guerra, los dramaturgos Abelardo Estorino y Vicente Revuelta, los escritores Calvert Casey, Virgilio Piñera, José Lezama Lima, Antón Arrufa y Reinaldo Arenas, el pintor Raúl Martínez, el grupo literario El Puente y muchos más.

Con el tiempo, algunas víctimas fueron rehabilitadas. Otras, tomaron el sendero del exilio. Muchos murieron sin recibir las disculpas de las autoridades.

En 1980, el éxodo de Mariel fue un nuevo pretexto para higienizar la sociedad y se propuso, estimuló y aplicó el destierro a este grupo poblacional.

En la década de los ochenta del pasado siglo se continúo el diseño de mecanismos represivos en torno a la homosexualidad, penalizando el comportamiento sexual del individuo. Sin embargo, se empezaron a abrir espacios sociales y de integración.

En los últimos año, se desarrolla una política conciliatoria sobre el tema desde el CENESEX. Este instituto despliega su labor a favor de la inclusión y en contra de la discriminación. No obstante, tolerancia es aún una mala palabra. Un concepto ideológicamente impuro, censurado y aplastado en la cartografía oficial.

A pesar de los llamamientos por la tolerancia, no se pone en práctica la disculpa pública. El testimonio del dolor humano continúa silenciado. Se continúa prohibiendo la socialización de la comunidad homosexual. Los espacios urbanos donde se concentran están bajo supervisión policial.

Sexualidad e ideología continúan siendo polos enfrentados. Tolerancia y respeto a la diversidad es una ecuación política, un cálculo matemático que se debate entre el espanto y la ternura.

 

 

 

 
 
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