9 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

¿Conflicto superado?

Jorge Olivera Castillo

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Existe un amplio margen de probabilidades para que las gestiones del gobierno español surtan el efecto deseado en la nueva revisión de las relaciones con Cuba.

Las tímidas aperturas del régimen han abierto el diapasón de las expectativas y de cierta manera esto crea la sensación de que el totalitarismo se irá reformando gradualmente.
Podríamos estar en el umbral de un proceso que acentúe la propensión a clarificar el nivel de apaciguamiento diseñado en las oficinas ejecutivas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Aunque no se puede negar que el castrismo en su versión raulista apunta a un enfoque pragmático en la solución de los problemas existentes, sería prematuro pensar en una evolución que satisfaga demandas que incluyan la posibilidad de disfrutar de los derechos civiles, políticos y económicos.

La que gobierna es la misma generación anclada en un pensamiento conservador y carente de una perspectiva que contenga elementos de cambios profundos en todas las áreas de la sociedad.

A corto y mediano plazo se avizora apenas un remedo de lo que sucedió en Viet-Nam, es decir, pasos calibrados en el terreno económico y casi nada en cuanto a libertades civiles y políticas.

De acuerdo a especificidades que marcan la diferencia entre ambas naciones (Cuba y Viet-Nam), es ilógico cifrar demasiadas esperanzas en reformas de igual o mayor magnitud que las ocurridas en el país asiático en plazos más o menos breves.

El temor a perder el poder en una dinámica de cambios, cobra en Cuba una notoriedad que alimenta la resistencia de los gobernantes. La pretendida solidez de las estructuras es sólo un ardid mediático respaldado por una eficacia policial libre de cualquier duda.

Aunque es obvio que existen sectores que apuestan por aperturas de mayor calado, ese no es el perfil que determina las principales estrategias a llevar a la práctica. Mucho menos con un Fidel Castro disminuido físicamente, pero todavía con vida.

Romper con un estilo de gobierno centralizado, con clara tendencia a la manipulación informativa y a la coerción policíaca y psicológica como maneras de lograr estabilidad y sensación de consenso social alrededor de las directrices del Partido Comunista, es harto difícil.

Tal ha sido la metodología empleada para permanecer casi medio siglo en el gobierno sin enfrentar ningún desafío de peso.

Raúl Castro busca un reacomodo del llamado socialismo. Sabe que no puede gobernar a través de discursos y promesas vacías como lo hizo su hermano. Tiene que dar algo para granjearse el apoyo de la comunidad internacional y obtener cuotas de legitimidad y simpatías en intramuros.

Es dentro de esa visión que se esconden los peligros. ¿En qué plano quedarán las conversiones en torno a la liberación de los más de 60 presos de conciencia?, ¿Existen garantías de que el gobierno cubano actuará en consecuencia, si en los próximos días se levantan las sanciones diplomáticas aplicadas por la Unión Europea en 2003 y suspendidas desde el 2005?

Es sabida la discreción y la prudencia en torno a la diplomacia, por tanto habrá que esperar los resultados que arroje la política impulsada por España.

Dar un paso, que en este caso tiene una lectura muy precisa, o sea, otorgarle al régimen de la isla credenciales de legitimación sin un sentido de la proporcionalidad a la hora de pasar balance a los resultados de una negociación, es un riesgo que podría hacer naufragar la idea de un esquema de cambios graduales, entre ellos, la posibilidad de contar con algunos espacios para quienes no comparten las políticas oficiales y la excarcelación incondicional de los presos de conciencia.

Personalmente, soy escéptico en cuanto al hecho de que las autoridades cubanas accedan a una notable revisión de su postura en el ámbito de las libertades fundamentales.
Si fijamos el asunto bajo el prisma de la objetividad es lícito tomar otras vías para destrabar la problemática. Las sanciones impuestas apenas exceden el carácter simbólico. Son sólo rasguños en la piel del totalitarismo.

Durante su aplicación no se puede decir que hubo grandes ganancias para la democratización de Cuba. El ambiente creado reforzó la política de plaza sitiada que tan bien le ha venido a al régimen, y no hubo nada de progresos en torno a una reforma sistémica.

El tiempo y la historia le darán el crédito a la iniciativa española o simplemente será tomada como una equivocada política que sirvió para dotar a una dictadura de otros caminos para su supervivencia. Mientras tanto la democracia en Cuba continúa a la espera. El único consuelo es que no será necesario aguardar por otro medio siglo.

 

 

 

 

 
 
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