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9 de junio de 2008

El primer presidente

Por Armando Añel

El discurso de Saint Paul de la pasada semana, durante el que Barack Obama oficializó su candidatura a la Casa Blanca por el Partido Demócrata, debe haber dejado echando humo a la arcaica dirigencia cubana. Debe haber puesto en ebullición –hasta evaporarlas- las escasas neuronas que aún sobreviven en el cerebro de Fidel Castro, quien probablemente lo escuchó sobrecogido en su sillón, o su lecho, de muerte, sacudido por el temblor de lo inimaginable. “Una revolución otra vez” puede haber musitado, en un arranque de estupor y/o impotencia, el mayor de los hermanos. Porque, a diferencia de la castrista –y en la línea de la reaganiana-, la de Obama tiene todos los visos de ser una revolución moderna, inclusiva, democrática, flexible. Una revolución sin fusilamientos, prohibiciones ni confiscaciones. Como suelen serlo las americanas.

No es temprano para hacer comparaciones. Si en su momento la revolución encabezada por Ronald Reagan representó el triunfo del espíritu americano, de las esencias de una nación cuya democracia continúa siendo la más vibrante, poderosa y competente del mundo, Barack Obama constituye un triunfo de la imaginación y la creatividad americanas, un producto universalizado, o pluralizado, de esas esencias. La vieja Europa, acostumbrada a sermonear a Estados Unidos en casi todos los frentes, ha sido incapaz de desovar al primer presidente globalizado del Occidente moderno. Una vez más, Norteamérica está a punto de adelantársele. Entre otras cosas, porque el senador por Illinois es fruto de un contexto mundial –precisamente, el de la revolución de las telecomunicaciones e Internet- que Estados Unidos ha contribuido a consolidar como ningún otro país civilizado.

Así como Internet está a punto de alumbrar al primer presidente de su historia -entre otros factores, pero en primerísimo orden, es gracias al ciberespacio que Obama ha llegado a donde ha llegado-, el mundo está a punto de coronar al primer presidente verdaderamente globalizado de la contemporaneidad. Un afroamericano nacido en Hawai, de madre estadounidense, padre keniano y padrastro asiático, que vivió parte de su infancia en Indonesia para luego retornar al seno de su familia materna (blanca) en Estados Unidos. Un producto de la globalización, cuyo principal exponente sigue siendo ese fenómeno histórico llamado “América”.

En lo referido a la política hacia Cuba, Barack Obama ya ha despejado algunas dudas importantes. Apoya la ayuda directa que pueda ofrecer Estados Unidos a la disidencia en la Isla, así como la de fuentes privadas. Apoya las restricciones sobre los viajes turísticos de ciudadanos norteamericanos a Cuba. Apoya las restricciones al comercio entre ambos países mientras no ocurra una transición hacia la democracia en suelo cubano. Y está a favor de negociar un servicio de correos directo y una mejoría del sistema de telecomunicaciones –cómo no habría de estarlo este producto de Internet- que facilite la interacción entre ambas orillas. Son puntos a favor de un candidato con muchas posibilidades de instalarse en el Despacho Oval.

El exilio cubano, sobre todo la comunidad cubanoamericana del sur de la Florida, debería empezar a prepararse para amortiguar las desventajas que una eventual presidencia de Obama implicaría para la causa de la libertad de Cuba –las desventajas de su vasta inexperiencia, por ejemplo-, pero también para aprovechar las ventajas, que ni son pocas ni insustanciales. Probablemente, una presidencia de Obama desmontaría una zona particularmente álgida del discurso totalitario, y todo ello sin levantar incondicionalmente el embargo (una de las principales columnas del edificio castrista, ya se sabe, es la de su discurso ultranacionalista y antiamericano). Ahora mismo, el senador demócrata refuta numerosas áreas del tradicional discurso revolucionario, despojándolas de su contenido oscurantista y excluyente. Mostrándolas como lo que son: una rémora del pasado. A fin de cuentas, las revoluciones americanas suelen terminar en la Casa Blanca. Y ésta no tiene por qué ser la excepción.

letrademolde@letrademolde.com

 
 
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