5 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Eladio el Moro

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Cada vez que veo en la televisión al cantante Pedrito Calvo me acuerdo de Eladio el Moro, a quien conocí en una tertulia de ocasión en el Parque de Güines, donde era tan conocido como en los hoteles de El Vedado y Varadero, pese a vivir en Los Palos hasta que se marchó a Miami, de donde ha regresado varias veces al pueblecito habanero en el que coincidimos hace años.

La fama de Eladio el Moro creció con su partida a los Estados Unidos y con los relatos de tantos pobladores de Los Palos que emigraron a Güines, La Habana, Matanzas o el extranjero. Dicen que hasta Felipe Pérez Roque, canciller del régimen cubano, ha preguntado por el octogenario jugador de póker en una de sus visitas a la aldea común.

Cuando lo conocí era un hombre mayor, fuerte, elegante y dinámico, que le hacía un favor a cualquiera y prefería conversar con los jóvenes. Tenía un auto negro de los años cincuenta y eso le daba una movilidad increíble. En una ocasión me llevó desde Nueva Paz hasta La Habana sin cobrarme un centavo. Volví a verlo otra vez en Los Palos, frente al parque de la iglesia.

Un amigo común lo calificó como al “padre de la patria chica”, pues a pesar de ser estibador del central Josefita –actual Manuel Isla-, vivía del juego y hasta estuvo preso por esa causa, sin perder sus amplias relaciones humanas y el respeto de casi todos, incluidos los comunistas, quienes sabían de su colaboración en la lucha contra Batista, aunque después del 59 no militó ni en los Comités de Defensa de la revolución.

Se le recuerda como un cubanazo no reprimido ni oportunista, capaz de discutir, gesticular y comportarse con naturalidad en una iglesia o en un toque de santos. Era cordial y reservado, caballeroso y compartidor; protegía a su familia y ayudaba a los más débiles sin poses de santo ni de benefactor. Delante de Eladio nadie se burlaba de Lorenzo cañón, ni de Lázaro el bobo.
Otro amigo de entonces lo distingue como un personaje paradójico y popular. Su pasión era el póker pero intercambiaba libros, visitaba teatros y cines de La Habana y leía a poetas como Neruda, Vallejo y Heberto Padilla; narradores como Vargas Llosa o Las memorias de W. Churchill. Asistía a las tertulias del parque de la iglesia. Fumaba pero no bebía, salvo un trago de whisky que conseguía milagrosamente en esos años de escasez, prohibiciones y embriaguez revolucionaria.

Aunque Eladio el Moro les resolvió problemas a muchas personas estuvo preso por juegos prohibidos. En la primera ocasión, un oficial del Ejército Rebelde alquiló un ómnibus para trasladar al penal a sus admiradores. Al salir del calabozo por tercera vez Eladio decidió probar suerte en otra geografía.

Quienes han seguido los pasos del jugador habanero en Miami, dicen que le ha ido bien y que sigue ayudando a sus paisanos, a pesar de los años y el desarraigo.     

 

 

 

 
 
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