4 de junio de 2008       VOLVER AL INICIO
 
 

Con perdón de los cubanólogos

By JOSE ANTONIO ZARRALUQUI

Amí me maravilla la doble vara de medir que tienen los demócratas. Y lo mismo me pasa con la vara de medir de los cubanólogos. Ahora, el colmo de los colmos, que ya no puede maravillarme más, es la vara de medir de los cubanólogos que por añadidura son demócratas.

Un suponer, la descalificación del candidato republicano la realizan mediante el simplicísimo expediente de afirmar que la presidencia de John McCain, de concretarse, sería en la práctica el tercer mandato de George W. Bush, es decir, más de lo que hemos tenido en los últimos ocho años. Después de semejante afirmación se quedan más frescos que una lechuga, a pesar de que la visión y los proyectos de McCain no tienen absolutamente nada que ver con los de Dubya en lo referente a la inmigración y el tratamiento a los indocumentados, el problema de los combustibles, el volumen del arsenal nuclear, la política impositiva, los subsidios agrícolas, el balance presupuestario y el nivel del endeudamiento federal, la financiación de las campañas políticas, los earmarks a que son tan dados los legisladores y la colaboración bipartidista. En lo único en que concuerdan Bush y McCain es en la necesidad de combatir sin tregua el terrorismo porque, de triunfar este, los Estados Unidos ya no tendrán que preocuparse del combustible, del presupuesto o de los proyectos que repartan el tocino por esta parte del país o la otra, porque no habrá tocino que repartir ni país que preservar y por el cual pasear.

Ahora bien, cuando los demócratas cubanólogos lo que tienen que medir es lo que pasa en Cuba son capaces de apreciar diferencias marcadísimas entre lo que ocurría hace unos meses cuando el compañero asesino en jefe todavía estaba al mando y lo que ocurre desde que hizo mutis por el foro. Entonces resulta que Bush y McCain, que no se parecen en nada, son más iguales que una gota de agua a otra gota de agua y el gobierno del segundo, si llega a existir, sería una réplica indistinguible del gobierno del primero. En cambio, el traspaso de poderes en la isla no es un simple relevo del mandamás número uno por el mandamás número dos debido a la salida de servicio del triperío del número uno, sino una ruptura tajante e inequívoca y con todas las de la ley, un antes y un después en la historia marxista del país, con políticas económicas y sociales del número dos diferenciadas nítidamente.

No importa que se siga hablando, como en el pasado, de los grandes e irreversibles triunfos revolucionarios a los que el pueblo jamás renunciará, aunque se haga necesario, eso sí, aumentar la producción y perfeccionar los mecanismos de discusión y de distribución, como también se decía en el pasado. Ni importa que las cárceles continúen repletas de individuos que lo único que han hecho es expresar su descontento o que, como en el pasado, la policía y los paramilitares den ejemplares escarmientos a los elementos desafectos que todavía no están en chirona. Como parece que tampoco importa que en la cúpula gobernante continúen instalados los mismos carcamales que han desguazado concienzudamente Cuba en interminables decenios y lleve la batuta no una cara fresca, un pensamiento novedoso, alguien que resulte de un impulso de renuevo, sino el mismo criminal depredador y cretino designado por el autojubilado como su sustituto hace la friolera de medio siglo no por nepotismo, que nadie piense semejante cosa, sino por ser ''sencillamente el mejor'', es decir, el más obediente, el más abyecto y el más despiadado (``y procuren que no me pase nada, porque atrás vendría Raúl'').

Así pues, en los Estados Unidos que a nadie se le ocurra votar por McCain, porque sería lo mismo con lo mismo. Y en relación con Cuba, nos explica cuanto cubanólogo asoma por ahí, es preciso cambiar en Washington una política que a todas luces no ha dado frutos, cambiarla por obsoleta y fracasada y aprovechar la ventana de oportunidad que se abre con el cambio de Fidel por Raúl para sentarse a discutir sin condiciones con la China que en julio de 1960 dijo que su mayor ilusión era ver un hongo atómico encima de Nueva York.



 

 

 

 
 
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