4 de junio de 2008   IMPRIMIR   VOLVER AL INICIO
 

Aventuras de una sobreviviente
 
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Mariana escapó de la escasez material de los años 90 gracias a su iniciativa personal. Era profesora de Química en un instituto de segunda enseñanza. Con dos hijas jóvenes, se enfrentó a un problema que confrontaron millones de cubanos en aquellos años; la ahogaba la disminución del valor real del salario por causa de la subida de los precios y la escasez de productos.

La solución más socorrida fue convertir la amplia sala de su casa en un parqueo de bicicletas cuando el gobierno cubano autorizó el trabajo por cuenta propia. Primero, tuvo que luchar por inscribirse en la ONAT (la oficina que regula y controla a quienes desempeñan cualquier labor de servicio por iniciativa propia) y obtener la licencia debida, luego de presentar una excusa válida para dejar su trabajo en la enseñanza.
 
La disciplina y la constancia desarrollada en su profesión le sirvieron entonces de mucho. La otra ventaja fue la posición de su vivienda frente a una de las puertas de entrada de un hospital de la ciudad. Además, la falta de transporte público obligaba a casi todos a trasladarse en bicicleta de un lugar a otro.

Una década después, Mariana cuenta que lo que podría parecer algo tan sencillo como guardar bicicletas por el pago de 2 pesos, no lo era tanto. Primero, tuvo que luchar con la competencia de uno de los vecinos, dirigente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Trató de hacerle la vida imposible. Aunque vivía más lejos de la entrada del hospital, sí podía obstaculizarle cualquier autorización que necesitara e influyera con los inspectores.

Además, tenía que lidiar con estos últimos, quienes solamente se ablandaban ante la vista de un billete de veinte pesos. Aparecían a cualquier hora del día a revisar los controles que la obligaban a llevar el reporte de las ganancias. Abría a las seis de la mañana y cerraba a las ocho de la noche, hora en que terminaba la visita del hospital.

Como muchos pacientes provenían de poblados distantes y se permite un sólo acompañante, el resto de los familiares, en caso de gravedad, pasaba la noche en la acera pues no había donde dormir, ni tenían donde asearse.

Allí Mariana vio otro filón e inicio el alquiler de un cuarto con una cama para pasar la noche. Eso no era permitido. Tampoco aceptaba la solicitud de albergue de cualquiera. Escogía preferentemente mujeres porque en su casa no dejaría dormir a hombres. Únicamente detuvo el clandestino hospedaje nocturno cuando el del CDR la amenazó con denunciarla por albergar “ilegalmente” en su casa a otras personas, porque en Cuba esto no está permitido. Luego empezó a vender pizzas.

En aquellos años, la depauperación de los establecimientos gastronómicos se incrementó notablemente. La venta particular de pizzas a cinco pesos floreció, no por arte de magia, sino por el hambre. Mariana hizo un trato con una prima y su marido. Inscribió a ambos en el registro de su casa y así sacaría una licencia de venta de comestibles ligeros.

Con más experiencia, sorteó los obstáculos para no demorar la autorización de la licencia, con ciertos regalitos, y abrió la venta de pizzas de queso, cebolla, jamón. Una vez embarcada en esa ampliación de las ofertas, invirtió junto con sus parientes tiempo y dinero en lo necesario para ofrecer un producto de cierta calidad que atrajera la clientela. Incluso, los fines de semana tuvieron que pedir a sus hijas que ayudaran con lo del parqueo, así ella y sus primos se dedicaban a la preparación de pizzas.

Ese negocio lo sostuvo hasta poco después del año 2000. Sin embargo, me aclara que después de esa fecha, la tiranía de los controles, la desfachatez de los inspectores al reclamar el pago de sobornos por cualquier cosa y el aumento de la oferta de productos alimenticios, la forzaron a abandonar el negocio de las pizzas y quedarse con el parqueo, hasta que se mudó para la capital.

En la actualidad, el número de trabajadores por cuenta propia ha decrecido mucho. El gobierno eliminó el permiso a más de una decena de oficios y labores; asimismo, cada vez es más difícil pagar los impuestos y los sobornos a los corruptos inspectores. Se hace también más difícil la obtención de materiales debido al alza de precios. Todo esto, combinado con la negativa de las autoridades a conceder nuevas licencias, contribuye a matar la iniciativa privada. Mientras tanto, la necesidad de una verdadera reforma económica se hace cada vez más patente.

Mariana no va a comenzar de nuevo. Una de las hijas vive en el extranjero, otra vive con ella, y esperan reunirse las tres en Miami.


 

 

 
 
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