2 de junio de 2008       VOLVER AL INICIO
 
 

El Encanto, templo habanero de la elegancia

SARAH MORENO

En los años 50, si un millonario estadounidense quería comprar un modelo de Christian Dior, tenía que viajar a París o La Habana. En 1956, el modisto francés, que padecía de fobia a los aviones, no pudo resistir la tentación y se arriesgó a volar hasta Cuba para visitar aquella famosa tienda que había adquirido la exclusiva de sus modelos.

Ubicada en un edificio de seis pisos, con 65 departamentos, El Encanto fue un templo de la elegancia, frecuentado por grandes estrellas internacionales. Hoy sus antiguos empleados celebrarán los 120 años de su fundación con un evento cultural en el Miami-Dade County Auditorium.

Tyrone Power y César Romero iban buscando corbatas de seda italiana. Ray Milland, uno de los actores preferidos de Alfred Hitchcock, se surtía de camisas deportivas en el Departamento de Caballeros. Miroslava, la actriz checa que hizo carrera en el cine mexicano, exigía en los contratos de sus películas que los vestidos fueran de El Encanto. John Wayne confiaba en las camisas a la medida de su estatura que confeccionaban en la sastrería de la tienda. María Félix prefería el famoso Salón Francés, decorado a imitación del palacio de Versailles y dedicado a dar una atención exquisita a las damas que venían en busca de los exclusivos modelos de Manet.

"Ella era muy elegante, sabía lo que quería'', afirmó el diseñador Alberto Suárez, ‘‘Manet'', de 88 años, que recuerda como si fuera ayer el vestido de noche, "muy escotado y entallado con un cinturón a imitación de una mariposa'' que le hizo a la Doña.

"Uno de los éxitos de El Encanto es que confeccionaba la ropa en sus propios talleres'', indicó Darío Miyares, presidente de la Asociación de Antiguos Empleados de las tiendas El Encanto.

La historia se remonta a fines del siglo XIX, cuando el inmigrante asturiano José Solís "Don Pepe'' abrió El Encanto en la esquina de Galiano y San Rafael, en abril de 1888. Al principio, fue una sedería y después se convirtió en almacén. A Don Pepe se le unió su hermano Bernardo y más tarde el también español Aquilino Entrialgo, quienes crearon la sociedad Solís, Entrialgo y Compañía en 1900.

"Hubo una magnífica cooperación entre ellos tres'', comentó José Antonio Solís, nieto de José Solís. "En un discurso en los años 20, tío Bernardo dijo que los hermanos se complementaban muy bien en los negocios. José era el visionario optimista, y Bernardo, prudente y cauteloso''. Tanto para José Antonio como para su prima Margarita Solís Alió, hija de Humberto Solís Alió, uno de los artífices de la modernización de la tienda en los años 50, el papel de los empleados en el avance de la empresa fue extraordinario. "Nunca he visto una lealtad más grande'', comentó Margarita.

"Mi abuelo valoraba enormemente la contribución de los empleados. Tuvo una gran visión para escoger a las personas y les dio participación para que sacaran beneficios de lo que la tienda producía. Creo que fueron muy adelantados en lo que hoy se llama justicia social'', añadió José Antonio.

La Asociación de Antiguos Empleados de El Encanto se creó en 1980 para mantener vigente el nombre de la tienda y de la empresa cubana en Estados Unidos. Todos los años, el último domingo de octubre, se reúnen en Miami numerosos ex empleados de otras ciudades y países.

"Es la única reunión de cubanos que citan a las 12 y se aparecen a las 11. A las cuatro tienen que botarnos del salón; no paramos de hablar'', comentó divertido Miyares, quien consideraba El Encanto como su segunda casa.

"Empecé a los 16 años, acabado de graduar de segunda enseñanza, y allí conocí a una muchachita que entró a trabajar en los ascensores'', dijo, refiriéndose a Olga, su esposa desde hace 54 años, también ex empleada de El Encanto.

El Encanto fue pionero en ofrecer tarjeta de crédito, certificados de regalos y entregas a domicilio. En 1949, con la edificación del nuevo edificio, comenzó un proceso de modernización.

"Recibíamos mercancía de todo el mundo. Teníamos oficinas de compra en Londres, París, Nápoles, Barcelona, Madrid y Nueva York'', destacó Miyares, que recuerda una campaña de publicidad en la revista Harper's Bazaar y una valla en la calle 36 y 32 avenida del noroeste en Miami.

El estricto código de etiqueta en el vestuario y la atención al cliente fueron sello de distinción. "Desde que entrabas, tenías que dar unas clases de cómo vestirte. En el verano, de blanco; y en el invierno, de negro, con faja, medias largas, pelo arre-glado y bien maquillada'', recordó Julie Arias, quien además de trabajar como secretaria fue modelo.

"Teníamos que convencer al cliente con mucho respeto y un trato amable'', añadió Arias, que solía viajar al menos dos veces al año para presentar las nuevas colecciones en las sucursales de Camagüey, Santiago de Cuba, Varadero, Cienfuegos, Hol-guín y Santa Clara.

Arias, que vivía a escasas cuadras de su lugar de trabajo, fue una de las testigos del fin de El Encanto en el incendio provocado por la explosión de varias bombas el 13 de abril de 1961. "Fui a levantar a mi hijo de la cuna y vi caer el edificio como si fuera polvo. Fue una impre-sión tan grande que nunca pude volver a pasar por allí'', recordó Arias, quien junto a otros colegas de El Encanto participó en la recreación del ambiente existente en la tienda para el evento anual de Cuba Nostalgia.

Cuando se inaugure la nueva sede del Museo Cubano, El Encanto tendrá allí un espacio exclusivamente dedicado a la memorabilia de la célebre tienda habanera, en cuyos antiguos terrenos hoy existe un parque en La Habana.

 

 

 

 
 
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