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9 de julio de 2008

Películas por cable


Armando Añel

Las buenas noticias suelen llegar al final de la película. Por supuesto, cuando se trata de películas con final feliz. En el último tramo de su segunda administración, George W. Bush ha tomado dos decisiones en torno a Cuba que ameritan, cuando menos, el reconocimiento sin cortapisas. Dos jugadas aparentemente intrascendentes, pero que señalan el camino por el que debería transitar la estrategia transicional del lobby cubano en Washington. Sobre todo la segunda.

La primera, ejecutada semanas atrás, fue la de permitir la compra y envío a la Isla de teléfonos móviles. La segunda es reciente y mucho más peligrosa para el omnímodo estamento castrista: a pesar de las leyes del embargo, Cuba podrá acceder a los cables submarinos de Internet que pasan a sólo unos treinta kilómetros del litoral habanero. Ambas movidas lucen todavía mas impecables si tiene en cuenta que han sido efectuadas desde el reconocimiento de que el embargo deber ser mantenido –ese que le impide al castrismo beneficiarse de los créditos, las inversiones y el turismo norteamericanos-, aun cuando se trate de un embargo parcialmente implementado.

La segunda decisión, revelada el pasado 4 de julio por el jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, Michael Parmly, brotó a la luz pública acompañada de una verdad de Perogrullo: como acertadamente recordó el funcionario norteamericano, “lo único que hace falta es que el gobierno de Cuba levante sus restricciones, pierda sus temores y comience a confiar en su propio pueblo”. De manera que el castrismo ya tiene acceso a lo que supuestamente habría estado persiguiendo: el cable que abarataría radicalmente el ciberespacio socialista. Sólo que el ciberespacio de marras no acepta etiquetas de socialista ni de nada parecido. Algo que la dirigencia sabe muy bien, tanto como que el acceso de la población cubana a Internet marcaría el principio del fin de su deriva totalitaria.

De manera que seguramente actuará en consecuencia. No hay que esperar sorpresas de La Habana por el estilo de “cómo no, gracias, vamos a conectarnos a ese cable”, sino más bien una huida hacia delante que le revele una vez más, a quien quiera enterarse, la naturaleza ultraconservadora de la nomenklatura. Como bien señala el analista Juan Antonio Blanco en su blog Cambio de Época, “después que el ciclón Andrew dañara el cable analógico de la ATT con Cuba esa corporación, con autorización del gobierno de Clinton, propuso a La Habana repararlo y tender otro adicional de fibra óptica para operar en lo adelante con dos cables que trabajasen de modo simultáneo. Todo ello costaba una fracción de la conexión submarina que ahora se pretende lograr con Venezuela y además se instalaba en brevísimo tiempo”. Pero claro está, Castro no podía permitirse que la Isla flotara en el mar del ciberespacio “capitalista”.

A fin de cuentas, el castrismo vive atrapado en una red de la que no hay salida. Quiere que le levanten el embargo, pero a cambio debe abrir espacios que, eventualmente, significarán el fin de la dictadura. Intuye que sin acceso generalizado a las tecnologías de la comunicación e Internet no hay futuro viable para Cuba, pero al unísono comprende que la democratización de las comunicaciones implica, al corto o mediano plazo, la democratización de la política y la sociedad cubanas. Ni se peina ni se hace papelillos. No quiere ver la película, y que nadie le cuente el final.

letrademolde@letrademolde.com

 

 
 
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