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25 de febrero de 2008

Cuba: la sucesión no fue noticia

Por Luiz Alberto Moniz Bandeira
Para LA NACION

La revolución en Cuba triunfó en 1959, cuando los sentimientos anti-Estados Unidos se exacerbaban en América latina. Meses antes, el vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, había sido violentamente tratado en todos los países que visitó en América del Sur, particularmente en Perú y en Venezuela. Y el enfrentamiento de Cuba con los Estados Unidos, que habían sustentado la dictadura del sargento Fulgencio Batista, afloró cuando la reforma agraria, promovida por Fidel Castro, alcanzó a las empresas norteamericanas -entre ellas, la United Fruit- propietarias de grandes latifundios, en los que más del 40 por ciento de las tierras permanecían ociosas.

Este conflicto, que condicionó los comportamientos de Fidel Castro y del Che Guevara, tornó a la revolución cubana más que en un acontecimiento nacional en un fenómeno latinoamericano, al reflejar las contradicciones no resueltas entre los Estados Unidos y el resto de América latina. De ahí su impacto y la inmensa popularidad que alcanzó.

Aunque Ernesto Guevara y el propio Fidel Castro tuvieran algunas ideas marxistas, ellos no estaban afiliados ni comprometidos con ningún partido comunista. No obedecían ni aceptaban las directivas políticas de Moscú y no era inevitable, por consiguiente, que la revolución cubana evolucionara hacia el estalinismo y su forma de gobierno. Esto ocurrió porque la Unión Soviética se presentó para Fidel Castro como la única opción internacional de apoyo a la defensa de la soberanía y de la autodeterminación de Cuba, en el momento en que la reforma agraria alcanzó a las propiedades de la United Fruit y se desató el conflicto con los Estados Unidos.

El presidente norteamericano Dwight Eisenhower (1953-1961) fue quien en 1959 y 1960 empujó a Fidel Castro a buscar el cobijo de la Unión Soviética. Lo hizo, de un modo u otro, al cortar la cuota del azúcar, suspender los suministros de petróleo, mantener el embargo para la compra de armamentos y organizar una fuerza de asilados para invadir Cuba.

Con razón el politicólogo Martín C. Needler sostuvo que no era inevitable que la revolución cubana evolucionara hacia la identificación con la doctrina comunista y su forma de gobierno. En verdad, la Unión Soviética nunca aceptó totalmente a Castro como un auténtico comunista, en sentido estricto, y Castro no sólo se alineó con la Unión Soviética de forma irregular, sino que introdujo nuevos elementos discordantes en el campo comunista, ya dividido en varias facciones.

En realidad, no fueron los comunistas los que se apoderaron de Castro: fue Castro quien se apoderó de los comunistas. El conflicto ideológico con China -hay que recordar que Mao acusaba a la Unión Soviética de revisionismo, por defender la vía pacífica hacia el socialismo- fue, entre otros factores, lo que llevó a Kruschev a apoyar más decididamente el régimen revolucionario de Fidel Castro, a pesar de sus "herejías". Si hubiera estado en contra de apoyar a Cuba, su posición hubiera quedado debilitada respecto de la de China, dentro del movimiento comunista internacional, que con ella disputaba.

Castro pretendió cambiar el modelo de producción capitalista y saltar hacia el socialismo en el marco del Estado nacional, sin modificar la estructura predominantemente agroexportadora del país ni el patrón de su inserción en el mercado mundial, que se asentaba en el cambio de commodities por manufacturas.

El proyecto de industrialización alentado en los primeros años de la revolución, sobre todo por el Che Guevara, se frustró en la medida en que Cuba se integró en la comunidad económica del bloque socialista, subordinándose a la división internacional del trabajo que el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) planeaba y establecía. Así, Cuba, al entrar en conflicto con los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría, sólo transfirió la dependencia económica, de tipo neocolonial, de los Estados Unidos a la Unión Soviética, de la cual continuó dependiendo como simple proveedora de azúcar.

El antagonismo de los Estados Unidos, configurado por el mantenimiento y el endurecimiento del embargo económico, incluso después de que la Unión Soviética se disolvió, constituyó uno de los factores que continuaron garantizando a Fidel Castro el respaldo de amplias capas de la población, no obstante todas las vicisitudes que los cubanos comenzaron a sufrir.

Este embargo -inhumano y, hasta cierto punto, políticamente inocuo, en la medida en que no consiguió, en casi cincuenta años, provocar la caída del régimen comunista- sólo sirvió como pretexto para que Castro justificara el mantenimiento de la dictadura. Existía, según él, un latente estado de beligerancia con los Estados Unidos.

Y en función de la débacle del comunismo en el este europeo y de las terribles circunstancias en las que Cuba se había precipitado, Castro comprendió que lo mejor sería administrar hábilmente, él mismo, de forma pausada, gradual y segura el retorno a ciertas formas de capitalismo, con el fin de no perder el control de los acontecimientos y resguardar el abastecimiento de servicios médicos, educación y seguridad social, que representaban el núcleo de las conquistas democráticas de la revolución. Eso hacía posible que la población soportara la dureza y las restricciones económicas y políticas, sobre todo durante el llamado Período Especial.

Sin embargo, el estrecho intercambio comercial y la intensa cooperación con Venezuela, que sustituyó a la URSS como su principal socio, así como las inversiones de China, dieron un nuevo aliento a la economía de Cuba, que también firmó con el Mercosur un acuerdo de complementación comercial el 20 de julio de 2006, durante la trigésima reunión de cúpula del bloque, realizada en la ciudad de Córdoba, Argentina) y en la que participó Fidel Castro,

Cuando once días después delegó provisionalmente el poder en su hermano Raúl para someterse a una intervención quirúrgica, Fidel Castro ya no era imprescindible para el funcionamiento del gobierno cubano, aunque continuara proyectando su dominante influencia como símbolo de la revolución.

La sucesión ya se había dado y pocos lo habían percibido. El poder había pasado a una nueva generación de dirigentes, con Raúl Castro al mando de las fuerzas armadas; Ricardo Alarcón, hábil negociador y perito en relaciones con los Estados Unidos, en la Asamblea Nacional; Carlos Lage como primer ministro, para controlar la economía del país, y Felipe Pérez Roque, en la conducción de la política y de las relaciones exteriores, contribuyendo a un extraordinario apoyo internacional a Cuba.

Fidel Castro se había convertido en presidente emérito, en héroe nacional, en el más importante líder de América latina del siglo XX. Su renuncia definitiva a la presidencia de Cuba ya era esperada. No fue una sorpresa. Y el hecho de que permaneció casi medio siglo en el poder, enfrentando el embargo, tentativas de invasión, sabotajes e incluso todos los esfuerzos de la CIA para asesinarlo, resultó en la mayor derrota política que los Estados Unidos sufrieron, no obstante su inmenso poderío económico y militar.

El autor es un politicólogo e historiador brasileño. Escribió De Martí a Fidel, la revolución cubana y América latina (Norma).

 
 
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