Crónica           IMPRIMIR
25 de febrero de 2008

El colmo del cinismo

Laritza Diversent

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Ricardo Alarcón de Quesada ha ejercido por años la presidencia de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Para este hombre, todo este tiempo de represión, explotación y discriminación que ha sufrido el pueblo de Cuba es una  novela.

Hace unos días circuló por el mundo un video que muestra un intercambio de opiniones entre estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) y Alarcón. El rostro, los gestos y las respuestas de este personaje político me hacen suponer que no estaba advertido ni preparado para recibir aquella lluvia de críticas.

Desprevenido como estaba, no tuvo más remedio que recurrir al cinismo. Es sumamente vergonzoso que el presidente del parlamento cubano se declare en público ignorante de ciertos temas que por razón de su cargo debe conocer someramente al menos.

En primer lugar, el Consejo de Estado y el Consejo de Ministros, por ley, deben rendir cuentas a la Asamblea Nacional (artículos 74 y 99 de la Constitución). Si su presidente, que convoca sus sesiones y vela porque se aplique su reglamento (artículo 81, incisos a y b de la ley suprema)  no conoce la política del gobierno, es evidente que el órgano legislativo cubano es disfuncional.

En segundo lugar, el Presidente de la Asamblea Nacional tiene, entre sus facultades constitucionales, la de asistir a las reuniones del Consejo de Estado (artículo 81, inciso f).

Es justo reconocer que la súper ley cubana no le da voz ni voto, a pesar de ser un órgano que deriva del parlamento.

Todo lo anterior nos confirma que el Presidente de la Asamblea Nacional es una figura decorativa dentro del panorama político cubano. El poder del estado no está en el órgano legislativo, contrario a lo que expresa la Carta Magna en su artículo 69.

Evidentemente, los temas debatidos en la UCI tomaron por sorpresa a Alarcón. Supongo que voluntariamente no se hubiera puesto en una situación tan ridícula como la que escenificó. Eso me hace sospechar que dentro de la cúpula política cubana existe una pugna por el poder o están realizando jugadas de sacrificio.

La idea de una discusión por el mando político no es infundada. El 20 de enero, luego de terminadas las elecciones, la Comisión Electoral Nacional dio datos genéricos acerca de la representatividad de la sociedad en la Asamblea Nacional.

Por ejemplo, dieron el por ciento que representaban los negros y mestizos, las mujeres, las nuevas propuestas, etc. Pero jamás especificaron que por ciento representaban los militares, en activo y retirados, dentro del seno del parlamento.

Los militares constituyen hoy una clase privilegiada respecto a los demás sectores de la sociedad cubana. Han ocupado durante décadas los principales cargos políticos y gubernativos. Si tomamos todo ello en cuenta, no es difícil llegar a la conclusión de que la representatividad de ellos en la Asamblea Nacional es bien alta.

No es erróneo pensar en estos momentos en diferencias políticas entre militares y civiles, donde estos últimos llevan la peor parte. Son expuestos al ridículo. Son prácticamente obligados a hacer declaraciones contradictorias con las medidas dictatoriales emprendidas durante el mandato de Fidel Castro.

Desde otro punto de vista, pudiera pensarse que sacrificar a los  títeres y comodines de Fidel Castro es fundamental en el desarrollo de la nueva estrategia política: eliminar los vestigios dictatoriales del pasado.

No sé si dentro de la elite de poder todos saben el papel que jugarán en el futuro, pero creo que están sacrificando a unos para salvar a otros. Los que están siendo sometidos al descrédito llegan, como Alarcón, al colmo del cinismo para justificar su mal proceder en estos casi 50 años de socialismo.

 

 
 
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