Crónica           IMPRIMIR
22 de febrero de 2008

Ensueños, diamantes y utopías

Miguel Iturria Savón 

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - La época y las circunstancias personales dejan huellas indelebles en el destino de las personas. En algunos casos, los problemas desatados por el azar traspasan las coincidencias y abren cicatrices difíciles de cerrar. Tal vez sea el dilema de Miriam Brown, una humilde guantanamera de cincuenta años que reside con su hijo en el barrio capitalino Lawton, bajo estricta vigilancia de la Seguridad del Estado y de los delatores de las calles Luz, Pocito y San Luis.

El origen de la incertidumbre de esta mujer estuvo inicialmente en Francis Brown, su padre, un norteamericano del sur empleado como civil en la Base Naval de los Estados Unidos en Guantánamo, donde contrajo matrimonio con una cubana que le entregó a la hija de ambos cuando cumplió un año.

Aunque el progenitor obtuvo legalmente la guarda y cuidado de la niña tres años después, fue acusado de secuestrarla y denigrado como “un yanqui al servicio del enemigo”, por lo cual la Seguridad del Estado la sacó por la fuerza de los brazos de su padre, convirtiéndola en la primera Elián de Cuba, pero a la inversa.

Con el padre preso por “secuestro” se impedía que la hija saliera del país y se garantizaba su educación comunista. Se dictó, además, que la nena no regresaría a casa -ni de visita- hasta la mayoría de edad, aunque el padre podría verla media hora cada mes acompañado por dos policías.

Miriam creció sin sus padres y hermanos, aunque fue testigo de la firmeza revolucionaria de los guardianes de la Patria, quienes mellaron el amor filial y los derechos de la infancia en la época, pero le ganaron una batalla al enemigo.

Al morir en Guantánamo Francis Brown, el 27 de abril de 1978, sus restos fueron tirados a una fosa común “por orden de altos funcionarios del gobierno”, que tenían fresca en la memoria el caso del reverendo Brown, quien obtuvo popularidad en los Estados Unidos al ganarle al gobierno la custodia de su hija. Como en Cuba no podía suceder lo mismo, a la hija del viejo Brown le exigieron silencio y le aconsejaron diluirse en el tumulto.

Años después, un oficial de la Seguridad del Estado fue más explícito: “Nosotros reconocemos que cometimos un error con tu padre, pero eso ya pasó. Tú eres un peligro viviente para la imagen de la revolución, recuerda que tienes un hijo varón y él puede sufrir las consecuencias de lo que hagas o digas; los accidentes ocurren en cualquier parte. No vamos a dejarte salir de Cuba ni vamos a permitir que nadie te ayude; vamos a impedir que te comuniques. Ten en cuenta que ya estás enferma; podemos hacerte desaparecer”.

A pesar de su educación revolucionaria Miriam es religiosa y no pertenece a ninguna organización gubernamental ni opositora. Se siente perseguida y acosada políticamente por ser víctima y testigo de una injusticia que aún le quema la memoria y la sumerge en el desarraigo.

Me cuenta que perdió a su primer hijo al ser sometida a una cesárea en el hospital materno infantil “Hijas de Galicia”, ubicado en Luyanó, donde ejerció como médico el luchador cívico Oscar Elías Biscet. Dice que necesita operarse de la vista pero teme la dejen ciega por otra  “casualidad”.

Miriam se siente como una barca perdida. Piensa que el negro color de su piel y el oscuro apellido de su progenitor le cierran las puertas de la justicia y la solidaridad. Se ha dirigido en vano a la  congregación religiosa a la que pertenece, al Consejo de Iglesias del país, al Presidente del Parlamento y al Presidente en funciones de la República de Cuba. Señala que “hasta ahora el silencio y la represión han sido la respuesta”.

En su última carta pide se gestione su salida de Cuba junto al hijo y los restos mortales de su padre hacia los Estados Unidos. En esa misiva habla de horrores precisos, describe hechos, cita nombres y apellidos de los represores, expone su condición de rehén y compara su indefensión con la de los cinco espías convertidos en héroes por su trabajo de espionaje dentro de los Estados Unidos:

“Ellos tienen abogados norteamericanos que los defienden, dan conferencias, hablan por teléfono, se entrevistan con la prensa, publican libros, acceden a internet, son visitados por familiares, pastores, y hacen campañas. A mí me juzgaron con testigos falsos y me inventaron un informe delictivo en la Causa 1050 / 03; me condenaron a tres años de prisión domiciliaria, me llamaron engendro del imperio y me exigen no hablar de mi caso ni dentro de la iglesia a la que asisto”.

“La Iglesia y su Consejo –dice- me considera no prójimo y el gobierno no persona. Me niegan el derecho a tener derechos. Estoy bajo un apartheid político, social y religioso, desterrada dentro de mi nación”.

La carta que Miriam Brown dirigió al mandatario cubano es un testimonio apasionado y desgarrador. Hay mucho dolor, denuncias, rupturas y esperanzas en esas cuartillas. En su caso, ha prevalecido lo político sobre lo humano. Tal vez por eso adjunta documentos que prueban el acoso, el miedo y las causas de sus justas reclamaciones. Ojalá predomine la justicia sobre la humillación. Nunca es tarde para enmendar errores.

 

 
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente.