Crónica           IMPRIMIR
21 de febrero de 2008

Violencia en el estadio

Frank Correa

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El pasado 12 de febrero las gradas del estadio Latinoamericano en la barriada del Cerro, Ciudad de la Habana, se estremecieron. No fueron los jonrones, ni las jugadas apretadas que siempre arrancan el furor de los fanáticos, quienes pusieron a los árbitros a punto de declarar terminado el juego a favor del equipo visitante, sino la creciente rivalidad entre los habaneros y los emigrados de las provincias orientales.

Se enfrentaban los dos equipos más populares del torneo. El actual campeón Santiago de Cuba y el equipo Industriales. Un juego considerado el clásico de la pelota cubana.

No es secreto para nadie que la afición está equiparada, cuando observamos en el estadio toda el ala del jardín derecho repleta de orientales, con su conga arrolladora,  mientras que sobre la tercera base los leones industrialistas se esfuerzan por mantener viva la llama del triunfo.

En aquel memorable juego del 12 de febrero, que ya los especialistas catalogan como el mejor de la temporada, la ofensiva de los santiagueros no se hizo esperar y en las tres primeras entradas tenían acumulados en la pizarra 8 carreras. Fue entonces cuando los gritos despectivos hacia los peloteros del equipo Santiago de Cuba se escucharon en  el estadio, como un aliento al desatino.

--¡Palestinoooooooooos…!

Ese es el calificativo con que denigran a los orientales que  llegan a La Habana todos los días buscando un escondrijo donde rehacer la vida. Es la casilla donde caben todos los choferes de bicitaxis, vendedores de los agro mercados,  reparadores de toda clase de artilugios, químicos de aromatizantes, perfumistas, vendedores ambulantes de confituras, policías y cualquiera que no haya nacido en el hospital materno de Marianao, o  en el Vedado.

La respuesta a los insultos fue inmediata. Los orientales se defendieron. Gritaban amarillos a los industrialistas. La confusión se adueñó de los espíritus y la violencia tomó cauces inauditos. La policía, que casi en su totalidad procede de las provincias orientales jugó un papel algo tibio en los acontecimientos. Hubo pelea y arrestos. El juego quedó suspendido a la una de la madrugada con empate a 8 carreras, según las reglas y se reanudó al otro día.

La presencia de Carlos Lage, Vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros y una fuerte seguridad policial, hizo a un lado la tormentosa pugna entre habaneros y orientales.

La prensa criticó duramente el hecho, pero lo simplificó, calificando a los protagonistas como: “sesenta  trasnochados”,  que fueron de inmediato sancionados con severidad.

Es cierto que nada enrarece más a un espectáculo deportivo que la violencia de los fanáticos en las gradas. Son  inocentes espectadores los que siempre cargan con las heridas, pero cuidado con los palestinos, atenazados por la ley 217 que los fija como ilegales si no cumplen con una infinita secuencia de procedimientos y papeleo para obtener la ciudadanía habanera y son perseguidos, multados y deportados al menor pestañeo. Cuidado con esos palestinos,  que no cejan en su empeño de vivir en El Cerro, en La Habana Vieja o en cualquier parte donde puedan levantar sus timbiriches, y sueñan que la tierra es una sola y para todos, heredada por la sangre de sus ancestros, que llegaron un día  conquistando el pedazo de suelo que ahora le niegan los mismos que una vez dijeron que eran sus coterráneos y amigos.

 

 
 
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