19 de febrero de 2008

De la condescendencia al secuestro


Armando Añel

Con las elecciones generales del 9 de marzo a la vuelta de la esquina, el ejecutivo español de José Luis Rodríguez Zapatero se ha sacado de la manga la liberación de cuatro presos políticos cubanos. En lo que respecta a Cuba, se trata del mismo gobierno que durante los últimos años ha convalidado la represión con sus políticas de reconocimiento, a ratos de acatamiento, a los represores. Según el inefable canciller Moratinos, la excarcelación y deportación de estos activistas responde a “una decisión unilateral de las autoridades cubanas”. Por supuesto, pero inducida y perseguida por Madrid, que espera beneficiarse políticamente de ello.

El nuevo obsequio del régimen de La Habana apunta a poner en entredicho a los críticos del PSOE y de su política hacia la Isla. Una baza electoral que, sin ser determinante para las aspiraciones presidenciales de Rodríguez Zapatero, indudablemente éste utilizará a conveniencia. Claro está, esta última maniobra consigue todo lo contrario de lo que se proponía (al menos de cara a quienes analizan la realidad cubana en rigor): deja al descubierto la fracasada política de apaciguamiento del partido socialista, que acaba de lograr lo mismo que otros gobiernos e instituciones -españoles o no, procastristas o no- obtuvieran en el pasado, pero con el agravante de hacerlo por medio de una de las diplomacias más aficionadas a la genuflexión de que se tenga noticia. Hay que viajar mucho en el tiempo para encontrar a un ejecutivo tan permisivo con la dirigencia castrista, tan cómplice inclusive.

En la mayor de las Antillas continúan sucediéndose los arrestos, golpizas, presiones, chantajes, abusos, allanamientos. Continúa reproduciéndose, consciente de su impunidad, la represión pura y dura. Como recientemente señalara el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), Cuba es el país del mundo con más informadores encarcelados después de China, con 22. Veinte de ellos fueron detenidos durante la llamada Primavera Negra de 2003, es decir, son compañeros de causa de los cuatro activistas deportados. Así que hay que aplaudir la liberación de estos últimos, pero con reserva. Nunca debieron ser arrestados, como no deberían permanecer ni un minuto más en prisión los más de doscientos presos de conciencia que se pudren en las mazmorras cubanas.

En cualquier caso, la excarcelación y destierro de Pedro Pablo Álvarez Ramos, Omar Pernet Hernández, José Gabriel Ramón Castillo y Alejandro González Raga confirma que la política de entrega de rehenes a cambio de reconocimiento político, puesta en práctica por el castrismo desde los tempranos sesenta, sigue teniendo éxito, y podría adquirir todavía más protagonismo en el presente período de sucesión.

Cabe preguntarse hasta cuándo algunos gobiernos democráticos, como el de José Luis Rodríguez Zapatero, continuarán haciéndole el juego a La Habana. El juego es más viejo que andar a pie, y en buena medida es un producto de la condescendencia con la que, salvo honrosas excepciones, la comunidad internacional se ha asomado a la tragedia cubana. Para entregar rehenes primero hay que secuestrarlos. Es contra la política del secuestro y la represión que debería enfilar sus cañones el Occidente civilizado.

 

 
 
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