Crónica           IMPRIMIR
18 de febrero de 2008

Psicosis de guerra

Reinaldo Cosano Alén, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) – Jorge Milián no podía entender las explosiones tan fuertes ni el intenso fuego en el cielo la noche del 7 de febrero.

Tampoco lo entendían los alarmados ciudadanos de Guanabo, donde reside Milián, ni los habitantes de las comarcas cercanas, quienes corrían de un lugar a otro sin saber qué pasaba ni qué hacer.

Milián subió a la azotea. “Quedé espantado. El cielo se iluminó de rojo y el bombardeo no paraba. Como vivo junto al mar pensé en un desembarco y en una batalla aeronaval. Bajé corriendo. Le dije a mi esposa que se metiera debajo de la cama con las niñas. El colchón protege, por si hay derrumbe”.

Un empelado de la cafetería Ditú, en Quinta Avenida y 484 salió corriendo. Se rumoraba que el desembarco era por La Rotonda, y que la gasolinera había explotado. Allí trabaja uno de sus hijos.

Nadia González, de visita en la casa de la madre, tuvo la idea de indagar con la policía, pero las líneas telefónicas estaban congestionadas. Insistió. Cuando comunicó, un oficial le dijo:

-Calma, calma. No hay problemas. Son los chinos de Tarará que festejan su año nuevo.

Como nunca antes en Cuba, los 980 chinos estudiantes de Español, presididos por el embajador de su país, recibían en Tarará, a cinco kilómetros de Guanabo, el nuevo año 4706, conocido como Año de la Rata, el primero del milenario calendario lunar del zodíaco chino, de doce años, en el que predomina el color rojo, que tiñó el cielo esa noche, acompañado de los fortísimos estruendos de los fuegos artificiales que se hicieron sentir varios kilómetros a la redonda. La población no fue advertida lo suficiente de los festejos.

El 8 de enero una buena parte de la ciudadanía de los municipios capitalinos Habana Vieja, Guanabacoa, Regla y Casablanca, próximos a la bahía de La Habana y la fortaleza de La Cabaña, de donde partían los estruendos, vivió momentos de gran tensión.

Luego del tradicional cañonazo de las nueve, y por unos veinte minutos, se escucharon fuertes explosiones y el cielo se iluminó intermitentemente. “¡Llegó la guerra!”. “¡Hay combates aéreos!” –fueron los pensamientos de muchos habaneros, expresados en alta voz.

Cuando cesó el “bombardeo” y volvió la calma, los mejores informados explicaron que se trataba de los fuegos de artificio que conmemoraban el aniversario 49 (¡qué de tiempo!) de la entrada de Fidel Castro y sus tropas a La Habana, hecho al que se le dio más relevancia que al primero de enero, fecha que marca el triunfo de la revolución en 1959.

Existe, no hay que dudarlo, una permanente psicosis de guerra dentro de la población, iniciada el 2 de diciembre de 1956 con el desembarco del yate Granma por la costa sur de Oriente; la lucha entre batistianos y fidelistas; los miles de cubanos envueltos en aventuras bélicas en el exterior; las legiones de compatriotas que han pasado por el Servicio Militar Activo; por la Escuela Superior de Guerra y demás escuelas del Ministerio de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior para prepararse militarmente. Además, todos los años se involucra a la ciudadanía en ejercicios militares para la “defensa de la soberanía”, y otros nombres.  Hasta existe una fábrica de fusiles ligeros Alejandro, no en homenaje a Magno, sino al seudónimo de Fidel Castro durante sus años de guerrillero. La fábrica también produce granadas y minas, y hay otra dedicada a la producción de grandes medios de guerra.

Con tantos exponentes bélicos no es de extrañar los momentos de angustia vividos por Milián, su familia y miles de ciudadanos, imaginando un estado de guerra total, y teniendo en cuenta que los fuegos artificiales fueron eliminados por completo de cualquier celebración en Cuba.

 

 
 
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