Crónica           IMPRIMIR
18 de febrero de 2008

Dos monedas y el bolsillo roto

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - En julio de 1993,  el gobierno cubano, sin que se lo exigiera el FMI, dolarizó parcialmente la economía y dio luz verde a la inversión extranjera. “¿Quién lo hubiera dicho, Shafick?”, preguntó en aquella ocasión Fidel Castro a su invitado, el líder marxista salvadoreño Shafick Handal. Marx y Lenin no estaban por los alrededores.

El prudente camarada Shafick, deferente con su anfitrión, sólo sonrió ante la paradoja. Con tales liberalizaciones parciales y  a regañadientes, el socialismo cubano, para salvar sus logros, copiaba algunos de los peores rasgos de la experiencia capitalista en Latinoamérica.

 Las medidas frenaron la crisis y salvaron al régimen del colapso, pero el inicio de la recuperación y el aplazamiento indefinido de las ineludibles reformas económicas, trajeron aparejados altos costos sociales y políticos.

La legalización de la tenencia y uso del dólar significó que el Estado cubano ya no pudo controlar totalmente la vida económica de sus ciudadanos como hizo desde 1959. 

Ante la incapacidad del gobierno para alimentar a la población, floreció un incontrolable mercado negro que complementó la economía legal y enmascaró la inflación.

En el turbulento agosto de 1994 la tasa de cambio en el mercado ilegal cayó de 120 a 80 pesos por un dólar. Menos de un año después, bajó a 25 pesos. 

Muchos cubanos empezaron a  calcular en dólares procedentes de las remesas familiares y el turismo extranjero, lo que hizo más llevaderas sus vidas. Pero se calcula que alrededor de la mitad de la población cubana tiene poco o ningún acceso a la moneda dura. Muchos artículos de primera necesidad sólo se pueden adquirir en las tiendas por divisas, a precios elevados.

El propio Fidel Castro admitió en varias ocasiones las desigualdades sociales originadas por la despenalización del dólar en los años 90. Pero cuando en el 2005, pretendiendo la soberanía monetaria, gravó el dólar e impuso el peso convertible (sin consultar a la Asamblea Nacional, que supuestamente es la encargada de legislar sobre la política monetaria nacional) no mejoró la situación. Sólo cambió el color y el diseño de los billetes que determinaban las desigualdades.

Los problemas de la distorsionada economía cubana son hoy la peor pesadilla para el más avezado de los economistas.

Pese a los aumentos de los salarios y pensiones, estos resultan insuficientes para enfrentar el costo de la vida. Esa fue la queja más escuchada en las miles de asambleas convocadas por el General Raúl Castro y el Partido Comunista entre septiembre y octubre de 2007.

El salario medio en Cuba es de 408 pesos (16,32 dólares). La pensión promedio, 191 pesos (poco más de 7 dólares).

En una de sus más recientes reflexiones, Fidel Castro recordó que el valor hoy de un centavo de dólar es 50 veces menor que en 1959.

El gobierno no lo reconoce, pero los bolsillos de los cubanos sienten que se eleva la inflación. El año pasado aumentó el precio de la comida en los mercados campesinos (20%), en las tiendas por divisas y los de algunos alimentos racionados como el arroz y los huevos. También se disparó el costo de la energía eléctrica y del transporte. A todo esto se suman las deudas contraídas con el Estado por la adquisición de los equipos electrodomésticos de la revolución energética.

Las autoridades alegan que no  pueden seguir elevando los salarios si no se  corresponden con la productividad. Según fuentes oficiales, entre los años 2000 y 2007 la productividad creció sólo 39,5%, mientras que el crecimiento del salario promedio fue de 71%. 

Para agravar más la situación, la dualidad monetaria creó males como la segmentación del mercado interno, la falta de estímulos en el mercado laboral, el descontrol en los precios y el caos en la contabilidad de las empresas.

El economista independiente Oscar Espinosa Chepe advierte que “la inexistencia de tasas de cambio reales en Cuba puede conducir a evaluaciones distorsionadas sobre la factibilidad de inversiones y el diseño de proyectos económicos”.

El gobierno  habla vagamente de hacer confluir el peso y el CUC, pero se muestra renuente a unificar las tasas de cambio por medio de devaluaciones progresivas para convertir al peso convertible en la moneda cubana única. Para ello, sería necesaria la creación de una nueva estructura financiera y cambios institucionales y económicos.

La disidencia interna se muestra resuelta a rescatar del valor de la moneda nacional. El Programa Transitorio del Movimiento Cristiano Liberación se pronuncia por una reforma monetaria  que origine una moneda con auténtico valor de cambio. La concertación Todos Unidos propone adoptar un programa para el fortalecimiento de la moneda nacional.  Mientras, la FLAMUR continúa su campaña “Con una misma moneda”.

El problema financiero no se resuelve sólo con que haya una moneda u otra, o las dos. Su solución tiene que ver, entre otras cosas, con la devolución del poder adquisitivo, la correspondencia entre salario y productividad,  y la liberación de las fuerzas productivas.

La dualidad monetaria es una de las consecuencias, no la causa, del fracaso del socialismo. Ese es el verdadero nudo gordiano de la economía cubana. Hasta tanto no se desate, seguiremos con dos monedas y el bolsillo roto, tratando  de conciliar una cuenta que nunca da.

En 1915, Cuba creó su moneda nacional. Entre 1915 y 1959, el peso cubano y el dólar norteamericano circularon libremente en el país. Tenían paridad y se usaban indistintamente sin mayores problemas.

El dinero, en pesos o CUC, y de cualquier color, vale lo que se puede comprar con él. Así de sencillo. Para comprobarlo, no es preciso estudiar a  Adam Smith o Carlos Marx. Mucho menos a Nikitin.

 

 
 
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