Crónica           IMPRIMIR
13 de febrero de 2008

Cuando la solidaridad es impuesta

Oscar Mario González                                                                                

LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - El martes l8 de diciembre apareció, ocupando la última página del periódico Granma, un reportaje que cuestiona a los choferes estatales por utilizar los vehículos públicos como taxis particulares con el consiguiente beneficio económico para ellos.

Estos carros, pertenecientes a empresas, organismos y otras entidades del gobierno, tienen la obligación de trasladar gratis a las personas cuyo destino coincida con la hoja de ruta o recorrido. Es decir cuando no implique un desvió del itinerario trazado por la entidad a la cual pertenece el vehículo.

Para que dicha orientación no dependa únicamente de la buena voluntad del conductor, existen los inspectores estatales de transporte o “azules” - por el color del uniforme que usan- cuya función   es parar  los vehículos automotores ligeros y conminarlos para que transporten pasajeros  coincidentes con el recorrido y de acuerdo a las capacidades disponibles.

Pero sucede que no pocos de estos choferes cobran el servicio de transportación y los pasajeros abonan el importe de muy buen gusto porque, ante la necesidad de resolver un asunto y a falta de transporte público, la presencia de un carro, sea cual sea, constituye el remedio y hasta la salvación. Ante la necesidad de llegar a tiempo a una consulta médica, a la terminal de trenes, a una cita importante, en fin, a tantos lugares y circunstancias como impone el mundo moderno tan enrevesado y complejo, nadie se fija, nadie echa de ver en la procedencia de vehículo. A nadie le importa si es privado o estatal. En ese momento la urgencia anula cualquier otra consideración. Esto es, humanamente hablando; no “revolucionariamente” porque esto último pertenece al mundo “suprahumano” o “antihumano”.

Según el reportaje que nos ofrece la periodista los entrevistados reaccionan ofendidos al preguntárseles. “Solo piensan en su beneficio”, dice uno; “Es una violación enorme”, arguye otro; “Duele ver que vayan en la misma dirección y no te lleven si no les pagas”, asegura un tercero. “Es una desvergüenza y una falta de moral cobrar por lo que no es tuyo”, enfatiza otro más. En fin, los entrevistados muestran una supuesta “indignación” no observada por mi en mis andanzas por las calles de la Habana. Mis ojos y oídos detectan una existencia en que la ilegalidad y el “invento” reciben tolerancia y justificación generalizadas y el pronunciarse contra ellas es ser tenido por “chiva” (delator) o por un tipo “fula” (en quien no se puede confiar).

Porque cabría preguntar: Acaso hay diferencia entre el bodeguero y el carnicero que le roban parte de la cuota de arroz y del muslito de pollo a la viejita del solar que vive únicamente de su pensión; entre el panadero que echa casi la mitad menos de la masa que debe llevar el pan; entre el cocinero y el “pizzero” que ponen menos carne y queso en el bisté y la pizza, y el personaje que nos ocupa. Es que acaso no viven todos los cubanos “inventando” y lo que es peor, “robándose” entre sí además de robarle al estado.

Hay un gran culpable  en esto de los choferes estatales que cobran el pasaje, lo cual omite la prensa oficialista: el estado totalitario. La incapacidad del totalitarismo trasplantado a esta Isla que en medio siglo solo ha sabido deteriorar un servicio que antes de l959 funcionaba eficientemente. El transporte en Cuba siempre fue envidia para el continente. Desde los carros de tracción animal, los trenes urbanos, los tranvías y los actuales ómnibus automotores

El cubano, como cualquier otro, está hecho de cal y arena, de luz y de sombra, de altruismo y de egoísmo. A un pueblo que tiene como partera a la miseria y la escasez no se le puede pedir muchas muestras de desinterés y dadivosidad. Medio siglo de penurias pesan mucho. La magnanimidad perenne es atributo de santos y mártires. Los cubanos, por regla casi general, son seres comunes. Algo maleados por el comunismo. Quizás. El comunismo todo lo daña, pervierte y envenena. Pero de buena fibra y corazón noble. Téngalo por seguro.

 

 
 
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