Crónica           IMPRIMIR
12 de febrero de 2008

Voto contra la violencia

Lucas Garve

LA HABANA, Cuba, febrero, (Fundación por la Libertad de Expresión, www.cubanet.org)  -La violencia arrastra a situaciones inesperadas. Una máxima muy antigua de origen latino es la de “optima medicina temperantia est.” Creo que esta es una de las pocas frases que recuerdo de los dos cursos de latín en las aulas universitarias, ahora cada vez más presente en mi mente, la mejor medicina es la moderación, la temperancia.

La sociedad cubana ha practicado y utilizado la violencia para resolver sus entuertos desde largo tiempo. Violenta fue la sociedad del siglo XIX, levantada sobre la violencia de la esclavitud. Violenta fue la república nacida luego de una ocupación no deseada,  erigida sobre la épica de los generales de las contiendas independentistas.

No es extraño, pues, que al cabo de más de cien años, todavía se note la ausencia de estudios historiográficos abarcadores y profundos sobre los cambios en la sociedad civil de aquella época, las asociaciones, los clubes sociales, la prensa, los gustos, el comercio, la introducción  e instalación de nuevas tecnologías. En su lugar, componen nuestro relato nacional, de manera preferente, la épica de las acciones y los textos testimoniales de carácter militar.


La civilidad que el genial cubano Martí privilegió, quedó anulada por la pericia del  manejo del machete y las peripecias del filo de la herramienta devenida arma de combate predilecta,  como respuesta adecuada a la violencia  colonial.

Con el tiempo, la violencia ha signado los cambios en la República. Obsérvese los resultados del 33, las transformaciones después del 59. Pero como un boomerang, la violencia en su carácter irracional se vuelve contra quien la  desarrolla.


Hoy, son muy escasas las  circunstancias interpersonales en la comunidad en que la violencia no cuenta como factor inmediato. El encierro de cerca de tres centenares de personas por ideas políticas, diferentes a las que el régimen preconiza, constituye una forma de violencia hacia los individuos y sus familiares al nivel más alto.

Hoy en la isla, las respuestas no violentas por parte de los activistas de la oposición a la agresión de la intolerancia  gubernamental sientan la pauta de grupos contrarios al régimen. Sin embargo, no solamente de la violencia represiva gubernamental deseo tratar.

Sacudió hace pocos días a La Habana, la capital cubana, el hecho fatídico de la muerte de un estudiante a manos de un joven maestro por una inconsecuente e irresponsable riposta a la burla impertinente de otro educando.

A pesar de ser la muerte del agredido lo peor del caso, la falta de divulgación, de búsqueda de las causas que condujeron al desenlace trágico, la ausencia de una explicación y reprobación ante un acto tan inexplicable por parte de las autoridades mediante los medios de comunicación, agranda la repercusión del sangriento hecho.

Si es justificable no publicitar de forma morbosa la violencia, tampoco se halla una solución con el silencio de estos casos. De una manera u otra, la propagación de comentarios más o menos exactos acerca del evento es inevitable entre la población anonadada.

Pero no exclusivamente, los hechos violentos son de naturaleza sanguinaria. La violencia puede expresarse de forma verbal, como la más de las veces somos testigos cotidianamente, también gestual,  por medio de gestos de desprecio, de amenaza física, al lanzar un objeto hacia  el interlocutor.  En ocasiones, una respuesta adecuada a un comportamiento inapropiado en lugares pública arroja en una lluvia de insultos e improperios sobre la persona que muy correctamente reclamó para todos el orden del buen proceder.

En Cuba, al parecer, no hay violencia sexual, ni acoso u hostigamiento de tal índole, mientras  las calles son testigos a cualquiera hora del día de atracos, golpeaduras, puñaladas y se escuchan no pocas anécdotas sobre violaciones. Recientemente, se ha destacado la falta de voluntad gubernamental a reconocer públicamente hechos de abusos a menores. 

Un conocido mío que asistió a una fiesta particular, se despidió de los anfitriones y los otros asistentes poco antes de las 10 y media de la noche. Amparado por la semi oscuridad,  su agresor logró clavarle  un punzón en unos de los pulmones, dejándolo tirado en el suelo, horas más tarde, gracias a una operación urgente en un hospital cercano al lugar de los hechos, salvó la vida. Pero todo lo anterior no tuvo ninguna repercusión pública, exclusivamente a nivel de su círculo de familiares y amistades. Esto ocurre muy corrientemente. Hasta hoy,  se desconoce todo del agresor.

Además, padecemos la violencia sonora, provocada por los gritos, los altoparlantes, las bocinas de equipos de reproducción de vecinos,  de eventos públicos, etc. que afectan al resto de la comunidad.

Sin dudas, la causa de esta violencia doméstica y social tiene fuente en el desdén por la concertación de compromisos, la búsqueda, la conjunción de y hacia puntos de interés comunes a manera de mediaciones que eviten los desenlaces extremos con consecuencias fatales, por el hábito de privilegiar  los actos de enfrentamiento en lugar de la discusión propiciadora de soluciones cívicas.

Para desterrar los hábitos de violencia, junto con la educación social de carácter cívico que incite a los educandos a hallar vías de  concertación en lugar de enfrentamiento, es imprescindible desarrollar hábitos de convivencia  a todo nivel social, hasta con uno mismo al desarrollar  una conciencia responsable.

 

 
 
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